La alimentación saludable como ficción

Comer sano en un pais en el que las condiciones económicas y de vida no lo permiten

No hago otra cosa que ver en redes sociales reels de gente explicando qué comer, qué evitar, cómo planificar una dieta perfecta y cómo “elegir mejor”. Y siempre me pregunto si esa gente sabe en qué país vive. España no es un laboratorio nutricional: es un país donde una parte creciente de la población no puede permitirse comer sano.

Antes de hablar de salud, hay que hablar de ingresos, precios, tiempo y territorio. Ahí es donde se decide lo que se come. Todo lo demás es retórica.

1. Un país empobrecido: los datos oficiales que desmontan el discurso nutricional

La pérdida de nivel de vida no es una percepción: está registrada en los indicadores del Estado. Según el INE, los precios han aumentado alrededor de un 19% desde 2020. Mientras tanto, los salarios solo han crecido un 4,06%. El Banco de España lo resume con claridad: los hogares han perdido un 5,5% de poder adquisitivo real desde la pandemia.

Pero la precariedad no es solo una pérdida de capacidad adquisitiva. Es estructura social. La Encuesta de Condiciones de Vida 2024 del INE muestra:

  • 25,8% de la población en riesgo de pobreza o exclusión social (AROPE)
  • 19,7% por debajo del umbral de pobreza relativa
  • 11,6% de pobreza laboral (tercera más alta de la UE)
  • Hogares monoparentales: 50,3% en AROPE
  • Menores de 16 años: 34,7% en riesgo

Un país donde uno de cada cuatro habitantes vive en precariedad estructural no puede sostener ningún discurso que presuponga libertad para “elegir mejor” lo que come.

2. Comer sano es caro: los precios oficiales lo demuestran

La subida de precios en alimentos ha sido brutal. El INE registró un 15,3% de aumento interanual. Eso supone 830 euros más al año en la cesta de la compra para una familia media.

Y el problema no es solo la inflación: es la diferencia estructural entre lo sano y lo barato. Según el Informe del Consumo Alimentario en España 2023 del Ministerio de Agricultura:

  • Precio medio de alimentos frescos → 3,25 €/kg
  • Precio medio de procesados/no frescos → 2,87 €/kg

Los frescos son más caros por unidad. Además:

  • Representan el 40,5% del gasto
  • Pero solo el 37,6% del volumen

El Banco Central Europeo confirma que los hogares de renta baja sufren 1,9 puntos más de inflación efectiva. En este contexto, la Dieta Mediterránea deja de ser una dieta: se convierte en un indicador de clase.

3. La pobreza del tiempo: la otra razón por la que comer sano es imposible

Incluso si hubiera dinero, faltaría tiempo para sostenerlo. Comer sano exige planificar, comprar fresco, cocinar desde cero y evitar improvisar. Pero España funciona así: jornadas largas, desplazamientos alargados por el precio de la vivienda, fatiga crónica, logística precaria.

El INE clasifica el tiempo de cocinar como “actividad culinaria”: una actividad que millones de trabajadores simplemente no pueden sostener. Un cuarto de la población improvisa su cena cada día.

La pobreza económica destruye ingresos. La pobreza temporal destruye hábitos. Y aparece un factor decisivo: la fatiga de decisión.

Cuando llegas a casa después de nueve horas de trabajo y hora y media de transporte, con la nevera vacía y dos criaturas pidiendo cena, no necesitas recetas de batch cooking. Necesitas lo más rápido que encuentres. No es pereza: es agotamiento material.

El privilegio no es poder comprar salmón. Es llegar a casa con ganas de cocinarlo.

4. La geografía del hambre: pantanos alimentarios en las grandes ciudades

Madrid y Barcelona no son desiertos alimentarios: son pantanos alimentarios. Más del 90% de la población está expuesta a comida rápida y ultraprocesada. La anomalía no es la falta de opciones sanas, sino la saturación de las insanas.

Los barrios de renta baja concentran la mayor densidad de calorías baratas. Ahí, comer sano no es una elección: es una proeza logística y económica. El código postal decide más que la voluntad.

5. La industria que nadie menciona: el diseño deliberado de la adicción

Los ultraprocesados no son “malas elecciones”: son productos diseñados para ser irresistibles. Ingeniería de sabor, hiperpalatabilidad, neuromarketing, activación del sistema de recompensa. Compites contra laboratorios enteros dedicados a hackear tu cerebro. Y esos productos, además, son los más baratos.

No compites contra tu voluntad. Compites contra la rentabilidad.

6. La cifra que define un país: 556.000 niños sin proteína suficiente

Según el INE, entre el 6% y el 7% de los menores no puede comer carne, pollo o pescado cada dos días. Son más de medio millón de niños en malnutrición económica. No por ignorancia. Por pobreza.

7. ¿Tiene sentido hablar de alimentación saludable? No en estos términos

La salud alimentaria importa. Pero un cuarto del país vive en condiciones que impiden cumplirla. Hablar de nutrición sin hablar de salarios, precios, tiempo, geografía social e industria es culpabilizar al individuo para no tocar la estructura.

Lo saludable se ha convertido en un privilegio modesto pero no universal. Hablar de “decisiones responsables” es una ficción de clase.

Conclusión: la alimentación es un hecho económico, no un acto moral

La tradición marxista lo explicó con una claridad imposible de superar: las condiciones materiales de existencia determinan las posibilidades de vida.

Y la alimentación no escapa a esa ley: se come lo que los ingresos permiten, se cocina lo que el tiempo deja, se compra lo que el territorio ofrece, se resiste lo que la industria diseña para que no resistas.

No somos lo que queremos comer. Somos lo que podemos comer.

La alimentación saludable seguirá siendo una ficción de clase mientras los salarios no alcancen, los frescos cuesten más que los procesados, los barrios pobres estén rodeados de calorías baratas y las jornadas destruyan el tiempo de vida.

Hablar de salud sin hablar de estructura es propaganda. Hablar de alimentación sin hablar de condiciones materiales es ideología.

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