Las partículas elementales
Es cierto que, al final, la vida no tiene la menor gracia.
Después de todo uno termina muriendo, volviendo a la ninguna parte de donde vino.
Nadie te pide permiso para venir ni -en la mayoría de los casos- para marcharse.
Uno viene y va.
Es una hoja puesta en la corriente de un extraño y transparente viento.
Es cierto que, al final, se experimenta una gran pérdida, la de uno mismo. Ese ente transitorio con ínfulas de permanencia, que en cuanto se descuida olvida absolutamente su condición mortal para sumergirse en un eterno presente materializado en un propio y determinado afán... El sisífico trabajo de tener un yo, para más tarde o temprano perderlo.
Tanta desorientación en el presunto rey de la cración resulta divertida.
Toda una broma que a nosotros, los únicos implicados capaces de ser conscientes de semejante absurdo, jamás nos hará reir... aunque quizá sea la risa lo único que pueda salvarnos.
La risa brutal y nerviosa que exhiben algunos de los personajes de Sam Peckinpah durante su personal e intransferible camino de autodestrucción.
Resumiendo un tanto espúreamente a Freud en "El chiste y su relación con el inconsciente", sólo lo que verdaderamente nos duele, verdaderamente nos hace reir.
lunes, febrero 27, 2006
miércoles, febrero 22, 2006
MUNICH
Es una buena película.
Steven Spielberg nos tiene mal acostumbrados. Siempre o casi siempre hace buenas películas... y ésta quizá sea una de sus mejores realizaciones.
La película arranca con el desafortunado incidente de los rehenes sucedido en las Olimpiadas celebradas en la ciudad Bávara el año 1972, pero la historia viene de mucho antes y desde mucho antes el enfrentamiento entre israelíes y palestinos ha generado un entramado de encuentros y desencuentros que, en la europa de los 70, se entrecruza con otros entramados de intereses: los de la guerra fría, los de ciertos estados con ciertas organizaciones terroristas y finalmente con los intereses de los profesionales de la muerte y de la información.
El resultado es un peligroso juego de rol en el que la información es lo más importante.
La vida o la muerte depende de la calidad de una información que se compra o vende al mejor postor. Información que revela situaciones y posiciones dentro de ese tablero, que genera ventajas, que produce trampas.
En este laberinto se introduce el protagonista (más que correctamente interpretado por Eric Bana) y su comando de idealistas guerreros de la causa sionista. El objetivo es la venganza. Golpear a quiénes han golpeado.
Pero el resultado será un viaje hacia el corazón de las sombras para encontrar allí la verdadera esencia de la naturaleza humana, un espacio altamente semiotizado donde todos se reconocen a todos el lugar que ocupan y en el que nadie puede salirse del rol que él mismo se ha asignado.
De hecho, la accidental muerte -ni deseada ni prevista y por supuesto no permitida- de un agente del KGB en Atenas transformará la exitosa trayectoria del comando en fracaso. La penalización supondrá la muerte de la mayoría de los miembros del comando y la imposibilidad de conseguir los objetivos previstos
De hecho, lo único que los superiores del servicio secreto israelí no aprueban es el ajusticiamiento de la asesina a sueldo que mata a uno de los miembros del comando. Esa venganza, resuelta con una brutalidad poco frecuente en Spielberg, no estaba prevista.
Todo irá bien siempre y cuando seas lo suficientemente bueno como para derrotar a tu enemigo sobre el tablero y esa derrota no implique que te salgas de tu rol afectando negativamente a los intereses de otros jugadores o tu victoria perjudique a los intereses de otro jugador (como es el caso del intento de asesinato de un miembro de Septiembre Negro abortado por la CIA en Londres).
Las ideas, las causas no importan tanto.
La bondad o maldad de las mismas tienen menos peso que la pragmática eficacia y el respeto de las reglas del juego.
Interesante puesta por obra de un juego que aproxima el contenido de la película a las novelas de John Le Carré, donde la muerte y la información forman parte de una profesión que tiene unas reglas muy definidas.
Pero Avner no es Smiley. No entiende que la defensa de las ideas es algo demasiado serio como para dejarlo a los idealistas
Y por éso este mundo se convertirá en la pared donde Avner estrellará sus ideales de joven aristócrata sionista como tomates maduros y rojos.
La película se convierte así en un viaje hacia las sombras, Mekong arriba, hasta que Avner se transforma en su propio Coronel Kurtz.
Avner se pierde a sí mismo por ganar una causa, una causa que poco a poco deja de ser la suya, porque no es posible ser bueno todo el rato, no es tan sencillo... y perdiendo la perspectiva de esa causa, Avner acaba por perderse a si mismo.
Pero hay una salvación en el amor y la familia.
Un salvación muy coherente con las claves del mundo que convierte a Spielberg en un autor.
La parte pura aún no tocada.
Una parte tan pura que, en el final de la película, ni siquiera Efraim, el personaje que interpreta Geoffrey Rush, en un momento muy John Le Carré, se atreve a tocar para corromperlo con unas manos que él sabe sucias.
Interesante, muy interesante.
Munich ofrece un texto rico, lleno de posibilidades a quién quiera, además de mirar, ver.
Spielberg se hace viejo.
Sus soñadores e idealistas personajes protagónicos empiezan a buscar un lugar donde ocultarse de un mundo incapaz de hablar su lenguaje.
Es una buena película.
Steven Spielberg nos tiene mal acostumbrados. Siempre o casi siempre hace buenas películas... y ésta quizá sea una de sus mejores realizaciones.
La película arranca con el desafortunado incidente de los rehenes sucedido en las Olimpiadas celebradas en la ciudad Bávara el año 1972, pero la historia viene de mucho antes y desde mucho antes el enfrentamiento entre israelíes y palestinos ha generado un entramado de encuentros y desencuentros que, en la europa de los 70, se entrecruza con otros entramados de intereses: los de la guerra fría, los de ciertos estados con ciertas organizaciones terroristas y finalmente con los intereses de los profesionales de la muerte y de la información.
El resultado es un peligroso juego de rol en el que la información es lo más importante.
La vida o la muerte depende de la calidad de una información que se compra o vende al mejor postor. Información que revela situaciones y posiciones dentro de ese tablero, que genera ventajas, que produce trampas.
En este laberinto se introduce el protagonista (más que correctamente interpretado por Eric Bana) y su comando de idealistas guerreros de la causa sionista. El objetivo es la venganza. Golpear a quiénes han golpeado.
Pero el resultado será un viaje hacia el corazón de las sombras para encontrar allí la verdadera esencia de la naturaleza humana, un espacio altamente semiotizado donde todos se reconocen a todos el lugar que ocupan y en el que nadie puede salirse del rol que él mismo se ha asignado.
De hecho, la accidental muerte -ni deseada ni prevista y por supuesto no permitida- de un agente del KGB en Atenas transformará la exitosa trayectoria del comando en fracaso. La penalización supondrá la muerte de la mayoría de los miembros del comando y la imposibilidad de conseguir los objetivos previstos
De hecho, lo único que los superiores del servicio secreto israelí no aprueban es el ajusticiamiento de la asesina a sueldo que mata a uno de los miembros del comando. Esa venganza, resuelta con una brutalidad poco frecuente en Spielberg, no estaba prevista.
Todo irá bien siempre y cuando seas lo suficientemente bueno como para derrotar a tu enemigo sobre el tablero y esa derrota no implique que te salgas de tu rol afectando negativamente a los intereses de otros jugadores o tu victoria perjudique a los intereses de otro jugador (como es el caso del intento de asesinato de un miembro de Septiembre Negro abortado por la CIA en Londres).
Las ideas, las causas no importan tanto.
La bondad o maldad de las mismas tienen menos peso que la pragmática eficacia y el respeto de las reglas del juego.
Interesante puesta por obra de un juego que aproxima el contenido de la película a las novelas de John Le Carré, donde la muerte y la información forman parte de una profesión que tiene unas reglas muy definidas.
Pero Avner no es Smiley. No entiende que la defensa de las ideas es algo demasiado serio como para dejarlo a los idealistas
Y por éso este mundo se convertirá en la pared donde Avner estrellará sus ideales de joven aristócrata sionista como tomates maduros y rojos.
La película se convierte así en un viaje hacia las sombras, Mekong arriba, hasta que Avner se transforma en su propio Coronel Kurtz.
Avner se pierde a sí mismo por ganar una causa, una causa que poco a poco deja de ser la suya, porque no es posible ser bueno todo el rato, no es tan sencillo... y perdiendo la perspectiva de esa causa, Avner acaba por perderse a si mismo.
Pero hay una salvación en el amor y la familia.
Un salvación muy coherente con las claves del mundo que convierte a Spielberg en un autor.
La parte pura aún no tocada.
Una parte tan pura que, en el final de la película, ni siquiera Efraim, el personaje que interpreta Geoffrey Rush, en un momento muy John Le Carré, se atreve a tocar para corromperlo con unas manos que él sabe sucias.
Interesante, muy interesante.
Munich ofrece un texto rico, lleno de posibilidades a quién quiera, además de mirar, ver.
Spielberg se hace viejo.
Sus soñadores e idealistas personajes protagónicos empiezan a buscar un lugar donde ocultarse de un mundo incapaz de hablar su lenguaje.
lunes, febrero 20, 2006
miércoles, febrero 08, 2006
"No sólo el fútbol, la sociedad", responde, antes de mentar a Francisco Franco. "Hubo un dictador por muchos años, e incluso cuando él murió la mentalidad sobrevivió. En Estados Unidos asumimos todos los desafíos. En España, un desafío genera ansiedad".
Y añade: "En Estados Unidos, si terminas último, piensas: 'El año próximo seremos primeros'. En España terminan últimos y piensan: 'El proximo año podríamos desaparecer'. La gente se pone nerviosa, pierde la cabeza y comete errores aún más grandes".
(Extracto de una entrevista a Dimitri Piterman, showman y presidente del Alavés, SAD)
La verdad es la verdad. No importa si la dice Agamenón o su porquero.
El dictador sigue vivo en cada uno de nosotros.
El primer paso para curarse es reconocerse enfermo: En este sentido, Aznar lo tiene más fácil que Zapatero.
Cada español tiene que matar siempre a dos padres y al final, en el fragor de la confusión, acabamos matándonos los unos a los otros ya sea de forma simbólica o de forma real.
Y añade: "En Estados Unidos, si terminas último, piensas: 'El año próximo seremos primeros'. En España terminan últimos y piensan: 'El proximo año podríamos desaparecer'. La gente se pone nerviosa, pierde la cabeza y comete errores aún más grandes".
(Extracto de una entrevista a Dimitri Piterman, showman y presidente del Alavés, SAD)
La verdad es la verdad. No importa si la dice Agamenón o su porquero.
El dictador sigue vivo en cada uno de nosotros.
El primer paso para curarse es reconocerse enfermo: En este sentido, Aznar lo tiene más fácil que Zapatero.
Cada español tiene que matar siempre a dos padres y al final, en el fragor de la confusión, acabamos matándonos los unos a los otros ya sea de forma simbólica o de forma real.
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