domingo, septiembre 30, 2007
(Cosmópolis, Stephen Toulmin)
El olvidado legado de los humanistas del renacimiento tardío.
La reivindicación de la preocupación práctica de la vida humana en sus aspectos más concretos olvidada por el gran proyecto de la Ilustración.
Un interesante ensayo.
sábado, septiembre 22, 2007
Algún ejecutivo de alguna cadena de televisión debería comprar The Wire... Ya van por la cuarta temporada en Estados Unidos (personalmente voy por la segunda).
El bien y el mal luchando en el dia a dia de las calles de Baltimore... aunque no necesariamente ambos están donde se les supone debieran.
Absolutamente recomendable.
SUCIEDAD
"Keela y Eddi, los perros 'olfateadores', también hallaron olor a cadáver en prendas de vestir de Kate, en el maletero del coche alquilado y en 'Cuddle cat', el peluche favorito de la niña. El muñeco estuvo en el punto de mira desde el primer día: familiares y amigos aseguraron que 'Maddie' dormía abrazada a él, pero apareció en una estantería a la que la pequeña, por su altura, no tenía acceso. Tras ser examinado por los perros, Kate McCann, que no se había separado en ningún momento de su 'Cuddle cat', decidió lavarlo alegando que «estaba sucio»".
No quiero pasarme de listo.
Todos somos inocentes si no se demuestra lo contrario y además la vida constantemente nos sorprende. Se supera a si misma para bien o para mal. Está a diez mil kilómetros de la mejor ficción y por eso, entre otras cosas, existe ésta, como un cristal o un espejo, pero siempre reaccionando ante una vida inabarcable y exhuberante que siempre lleva la iniciativa.
Dicho ésto tengo que escribir, viendo las imágenes de los McCann, la superficie apenas agrietada de sus rostros, conociendo alguno de sus gestos y sabiendo alguno de sus actos, que no se si es mejor su culpabilidad que su inocencia.
Me inquietaría mucho menos su extrema frialdad si fuera la de un asesino frio y calculador. Si fueran inocentes... simplemente... no podría entenderlo.
Es una cuestión de tripas.
A veces lo único que nos queda de las personas son los objetos y en ellos buscamos una especie de transferencia emocional. Creemos que las personas dejan algo de si mismas prendido en la materia de los objetos que más quieren y los cojemos, los manoseados, buscando extraer un poco de ese zumo.
Lavarlo sería como desactivar ese anclaje emocional... Limpiarlo definitivamente porque su magia radica precisamente en esa suciedad, en haber sido tocados y respirados por esa persona.
Las bacterias estarían entonces primero.
Stormy monday blues....
"They call it stormy Moday, but Tuesday's just as bad
They call it stormy Moday, but Tuesday's just as bad
Wednesday's worse, and Thursday's also sad
Yes the eagle flies on Friday, and Saturday I go out to play
Eagle flies on Friday, and Saturday I go out to play
Sunday I go to church, then I kneel down and pray
Lord have mercy, Lord have mercy on me
Lord have mercy, my heart's in misery
Crazy about my baby, yes, send her back to me."
Una de mis canciones favoritas...
jueves, septiembre 20, 2007
EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE
No se puede entender el cine de John Ford sin la emoción.
"El hombre que mató a Liberty Valance" es uno de los mejores ejemplos de esa propuesta lírica. El salvaje Oeste se convierte en un mero escenario donde nacen y mueren los sueños. Los de Tom Doniphon (Wayne), anclados en un época que está condenada a desaparecer, mueren al mismo tiempo que los de Ramson Stoddard (Stewart), amarrados al futuro, nacen.
Por encima de todo, Ford se dirige siempre al corazón de los espectadores.
Su misterio empieza ahí, en la prodigiosa sensibilidad de una mirada llena de reproche como la que, en la foto y de entre los muertos, el derrotado Wayne le dirige a un dubitativo Stewart.
Por lo menos que sus sueños no mueran en balde.
No hay mucho más que decir. El destino les ha alcanzado a ambos y poco importa quién matara en realidad a Liberty Valance.
La verdad es sólo una variable más dentro de la lógica de las leyendas.
miércoles, septiembre 19, 2007
(Funcional anónimo)
Es duro volver trabajar después de unas largas vacaciones....
domingo, septiembre 16, 2007
sábado, septiembre 15, 2007
En el cerrado y críptico mundo del espionaje que el escritor británico John le Carré nos muestra a lo largo de su extensa obra literaria la moral siempre brilla por su ausencia.
El cálculo y la eficacia son los principales elementos de un inmenso e interminable juego en el que sus protagonistas pululan silenciosos y con la mirada fija en el próximo movimiento.
Sólo de cuando en cuando se detienen para comprobar con aterrada sorpresa lo lejos que han llegado. Y quizá ese sentimiento sea el que el protagonista de esta película/novela, Alex Leamas (magnificamente interpretado por Richard Burton) experimenta en el momento final que decide su destino sobre el muro de Berlin.
Es posible, pero lo único cierto es que la inexorable mecánica de este juego librado -tal y como le Carré lo plantea- entre inteligencias fagocita a los individuos relegándolos a la situación de objetos/peones movibles e intercambiales en Berlin y a través del Checkpoint 13.
No hay lugar para las emociones ni por extensión para sentimientos tan humanos como el cansancio y el egotamiento. Los jugadores no pueden permitirselas, porque se convierten en las principales fuentes de su debilidad tal y como le sucede a Leamas.
Lo importante es el movimiento perfecto, la adecuada estrategia de engaño llevada a cabo con calculada precisión, la mecánica precisa de un buen plan hurdido con pasmosa y cuidadosa habilidad.
La guerra fría era realmente fría... muy fría y John le Carré es el cronista preciso y perfecto.
El director norteamericano Martin Ritt ilustra con eficacia esta historia de espías que, de alguna forma, muestra la esencia de todas las obras de le Carré y que siempre resulta interesante tanto por si misma como por la labor magistral de sus actores.
El Gran Juego referido por Kipling en "Kim", el enfrentamiento "frío" entre Rusia y Gran Bretaña por incrementar la influencia en el Asia Central en el pasado siglo XIX se traslada a la dividida Europa de la segunda mitad del siglo XX con sus mismas reglas de cálculo y engaño.
En ese juego impera la existencialista paradoja de que la verdad siempre es el más perfecto de los engaños.
Y en absoluto lo importante es participar.
viernes, septiembre 14, 2007
Probablemente el futuro de Paul Schrader en la historia del cine que continuamente se reescribe sea convertirse en uno de los grandes guionistas del último cuarto del siglo XX. Ahí están sus trabajos con Scorsese (Taxi Driver y Toro Salvaje) o su intervención en películas menos relevantes pero con igual interés como la olvidada Yakuza, su primer trabajo profesional, o City Hall.
Escribiendo para otros... pero también escribiendo para sí mismo películas que él mismo ha dirigido. En esta faceta el éxito no le ha acompañado tanto. De hecho, y a estas alturas de la película, su carrera parece estancada, enredada en extraños proyectos que no terminan de situarle en un lugar del presente que a todas luces -y a mi entender- merece... Quizá, porque ya es historia. No lo se.
No obstante, películas como Hardcore, Mishima, Aflicción y The light sleeper (aquí llamada Posibilidad de escape) son obras tan interesantes o más que las escritas para otros. Obras que son producto del universo creativo del autor que, en el sentido europeo del término, Paul Schrader es.
Es complicado que Schrader sobreviva dentro de la industria americana ocupando un lugar que no sea el propio del escritor. De hecho no lo está consiguiendo. En lo que llevamos de siglo XXI sólo ha dirigido la dificil e incomprendida Autofocus y la maldita precuela del Exorcista, Dominion. Ninguna escrita por él.
Es complicado, pero, y por lo menos, dos obras maestras como Aflicción y, en menor medida, ésta Light sleeper que me ocupa no deberían caer en saco roto.
Cuando se habla de Schrader se suele decir que es el cineasta de la culpa y de la redención. Sus personajes siempre tienen cuentas pendientes con ellos mismos. De alguna forma se saben el producto de algún error y en algún momento son conscientes de ese origen al mismo tiempo que sienten la necesidad de expiar esa culpa intentando con todas sus fuerzas enderezar ese rumbo. En cualquier caso, todos tienen muy claro lo que no quieren ser. En este sentido, el personaje de LeTour (Willem Dafoe) es emblemático: perseguido por su pasado, sin una idea clara sobre su futuro y viviendo el presente con una cierta incertidumbre mientras se deja llevar por la corriente de la vida.
Se habla de Schrader como el cineasta de la culpa y de la redención, pero no se pone mucho énfasis en el coste que para sus personajes siempre les supone esa salvación. Un coste que casi siempre es muy elevado, como si la construcción de un nuevo destino fuera siempre un trabajo arduo y sus héroes fueran una suerte de Prometeos demasiado humanos, pero dispuestos a desafiar la voluntad de los dioses en un alarde de autodestrucción que parece no les llevará a nada bueno.
Criado en un ambiente estrictamente calvinista, Schrader siempre presenta personajes que, en un momento determinado, tiene la suficiente grandeza como para verse de otra forma con lucidez e intentar salirse de los rectos carriles de un destino que parecen tener reservado.
Bajo ningún concepto puede ser fácil alterar esa ciega mecánica de las cosas y de las gentes.
No puede ser de otra forma.
El coste ha de ser elevado.
La energía y la fuerza de sus historias está ahí, en el roce que siempre se produce en el ser (incompleto y decepcionante, resultado manifiestamente mejorable de debilidades y concesiones a una exigente realidad) y el deber ser (el cuestionador brillo idealista de una propia moral que no ha terminado de morir).
Una tensión que sus héroes en un cierto momento determinado consideran insostenible.
En este sentido, Schrader vuelve a poner de manifiesto la verdad de aquel viejo chascarrillo que considera a los pesimistas como optimistas con un alto sentido de la realidad. Después de todo, sus protagonistas, pese a todo lo que les ha sucedido, conservan la voluntad y la fuerza de cambiar para estar a la altura de sí mismos, pero también es cierto que nadie va a regalarles nada en el intento.
Como si la verdad de la propia identidad fuera algo que uno tiene que estar dispuesto a pelear en una batalla sin fin con una realidad que casi siempre tiene todas las de ganar.
Paul Schrader siempre narra la batalla final, between the devil and the deep blue sea, por el control intelectual y emocional de la propia vida en un mundo donde los sujetos cristalizan en objetos inertes en cuanto dejan morir su diferencia.
miércoles, septiembre 12, 2007
Dónde va a parar... Mola mucho más Eguibar y su actitud positiva... hacia si mismo y los suyos.
El talante dialogante y constructivo de Imaz le auguraba está muerte.
"Hay otra reflexión que no puedo pasar por alto. El nacionalismo vasco democrático ha jugado y juega un papel primordial en la construcción de nuestro país. El mundo está cambiando aceleradamente y, al igual que otras generaciones han hecho un esfuerzo ímprobo por modernizar y actualizar nuestro proyecto, también nuestra generación debe llevarlo a cabo. Conceptos como estado-nación, soberanía o independencia adquieren hoy tintes necesariamente diferentes de lo que en el pasado representaban. Las fronteras se debilitan e incluso desaparecen en nuestro entorno, y desde el nacionalismo vasco democrático tenemos que ser pioneros en las reflexiones de actualización de nuestro bagaje fundacional, de un partido que nace para preservar un pueblo que perdía su identidad y su régimen de libertades histórico."
(Apostar por el futuro)
Desde Luis Gómez Llorente hasta él hay una larga lista de escelentísimos cadáveres que harían del panorama político de nuestro país algo diferente a la constante pelea de gallos.
Definitivamente, el sosiego y el futuro no nos van demasiado.
Nuestro rollo es otro:
- La inocencia de un niño se mide por el número de veces que dice "no se".
- Los nudistas nunca son las personas más atractivas de la playa.
- El mejor día de las vacaciones siempre es el primero, cuando todo está por empezar.
- Es fácil perder la noción del tiempo si uno descansa lo suficiente... desgraciadamente el tiempo siempre se las arregla para encontrarle a uno.
- Las playas de la infancia siempre son las mejores... aunque sean las de Benidorm.
- La velocidad máxima en una autovía es siempre de 120 kilómetros por hora en torno a un vehículo de la guardia civil.
- La ingesta de enormes cantidades de atún de almadraba no engorda y es buena para la salud.
- Si al final del verano uno desea volver es que no ha descansado lo suficiente.
- Ahora el mar está mucho más cerca de lo que estaba cuando quien escribe era pequeño... muy pronto Madrid tendrá playa. Es la próxima gran obra de Gallardón.
- Todo el mundo debería seguir veraneando en las costas levantinas. Las costas de Cadiz no son nada recomendables. Repito. Todo el mundo debería seguir veraneando en las costas levantinas. Se está muy mal por Cádiz. Sólo los "frikis" le encontramos atractivo.
- Las formas que se pueden construir trazando lineas rectas imaginarias entre las estrellas son infinitas.
- El mar es el reloj. Las olas, sus mil y un agujas.
- Cada bar de carretera tiene su dulce típico.
- No hay barriga sin braga nautica.
- El verano siempre es un espejismo... a menos que te atrevas a no regresar. Entonces, se convierte en realidad... pero, y automáticamente, la ciudad pasa a ser el espejismo. Tiene que ser así. No podemos estar nunca satisfechos.
- El cielo de las "chuchos" existe y se llama Cádiz.
Lo de poder pasar curso con cuatro o menos asignaturas suspendidas es una medida que no piensa en los alumnos sino en nuestras estadísticas educativas buscando maquillarlas.
En asignaturas cuyo contenido es acumulativo como las matemáticas el resultado puede ser desastroso y en general planteará a los profesores situaciones personalizadas de enseñanza a la carta que quizá redunden en un descenso del nivel general para que los suspensos recuperen el nivel en ese nuevo curso. Así, los que aprobaron el curso anterior se verán perjudicados por intentar mantener en el colegio a un chaval que sin duda terminará desanimándose un par de años más tarde.
Como siempre, el problema se traslada a los profesores. Me gustaría saber qué medios se les va a proporcionar para sostener esas situaciones desiguales en el aula.
Y al final, tendremos bolsas de absentismo escolar que en lugar de gotear lentamente, año a año, fuera de la escuela lo hárán de una sóla vez, cuando ya no se le pueda regalar más tiempo en la escuela... si es que la ministra no decide regalar los titulos universitarios o los certificados de escolaridad.
Es una medida desastrosa que va en contra de la ética del esfuerzo... entre otras muchas cosas.
Explícale a un niño de nueve años que no es lo mismo pasar curso sabiendo la asignatura que no sabiéndola, hablale del futuro y de la conveniencia de ser un hombre o mujer preparado.
Todos los niños que hayan pasado sin estudiar serán siempre un mal ejemplo y representarán constantemente la tentación de un mal camino para los otros, los que han cumplido, que quizá tengan que escuchar en el patio de su colegio que son tontos por estudiar.
Acabamos de descubrir la "anti-pedagogía".
Otro golpe al endeble sistema educativo español donde cada paleto que ha salido fuera a estudiar o ha leído un par de libros o quiere ganar unas elecciones pretende dejar su impronta.
Lo siguiente ya es el aprobado general combinado con mayor o menor habilidad con la garantía futura de trabajo para todos con independencia de la formación y la cualificación... y añadiendo quizá, en los casos más avanzados y atrevidos, la promesa de una vida eterna sin dolor ni preocupaciones.
Lo sugiero.
Lo demás no se, pero la victoria en las elecciones estará asegurada.
Me dan mucho miedo los dos.
La absoluta ausencia de evidentes señales de dolor tanto en su ser como en su estar me parece inexplicable, incomprensible, siniestra
Ya han pasado más de tres meses y ambos siguen sin saber qué ha sucedido con su hija, si estará viva o si estará muerta.
La incertidumbre hace mucho año, destroza los rostros y revienta las almas. Antropológicamente estamos hechos para saber, para conocer, para preguntarnos por todo lo que sucede en nuestro entorno e intentar controlarlo con la finalidad de sobrevivir. Y el no saber nos mata. Es superior a nuestras fuerzas, porque por encima de todo queremos siempre conocer.
El tiempo pasa.
Desgasta.
Son ya cuatro meses de no saber, de no poder dormir, de no poder pensar... Supongo.
Y en este sentido, no me cabe en la cabeza que los McCann estén tan enteros, que no se tropiecen con las puertas, que confundan las horas o los días, que se olviden de ponerse el reloj o los pendientes, que dejen de plancharse algún día la ropa o que no quieran vestirse, peinarse o lavarse, porque en realidad lo único que desean es que todo se resuelva bien para poder abrazar a su hija, bien para empezar a olvidarla.
Como si en realidad ellos supieran perfectamente lo que ha sucedido con su hija y no sintieran esa incertidumbre picándoles interminablemente las carnes del alma.
Del mismo modo que no se puede mentir a todo el mundo todo el tiempo, uno no puede mentirse a sí mismo e ignorar la tristeza y la rabia que anidan como una arañas negras en el alma.
Cada vez más grandes, cada vez más densas.
Creciendo y creciendo hasta que, por más que queremos ocultarlo, todos pueden verlas.
Y si las sientes, por qué ocultarlas.
Ni un llanto, ni un desmayo, ni un mal momento... Como los Beckham de la tragedia sucediendo impasibles ante nuestros ojos, gestionando con quirúrjica profesionalidad deshumanizada su propia desgracia.
Todos los demás, los espectadores, somos humanos y no esperamos ver otra cosa en una madre y un padre que de pronto, una noche de verano, perdieron a una hija y aún siguen sin saber qué ha sido de ella.