sábado, noviembre 10, 2018

Infiltrado en el Klan

En su nueva película "Infiltrado en el Klan", Spike Lee apuesta sobre seguro.

Porque a quién puede no gustarle una historia que ridiculiza la sinrazón,que se pone del lado del sentido común dentro siempre de las coordenadas ilustradas y progresistas.

Especialmente a través de ese personaje borracho, estúpido y degenerado llamado Ivanhoe, que perversamente encarna el estereotipo que los progresistas tenemos del soporte electoral del norteamericano Tea Party.

La respuesta es clara: A nadie

Y sin embargo, y dejando de lado las cualidades cinematográficas de la película (que tampoco son demasiados), la película me deja una amarga sensación de tristeza.

Tristeza que, por un lado, tiene que ver con la perversa sensación de superioridad intelectual que Lee busca en el espectador para conectar con ella, conexión sobre la que sin duda descansa el éxito de la película y para cuya existencia Lee lo da todo, haciendo que la película discurra construyendo con desigual acierto unos poco estables carriles de comedia que a duras penas se sostienen sobre un terreno tan cenagoso y pantanoso como el tema racial.

Pero todo se basa en esa sensación de superioridad que seguro sería la misma que tendrían los ciudadanos romanos de pura cepa sobre los bárbaros que se apoderaban de su imperio.

Una sensación de superioridad basada en la posesión de una ética y unos valores cada vez más virtualizados y dejados de lado por una realidad que los bárbaros cada vez más reconducen a su medida.

Porque lo cierto es que serán todo lo estúpidos y ridiculos que creamos pero lo cierto es que su voto vale lo mismo.

Y por eso "Infiltrado en el Klan" no me hace tanta gracia.

La virtualización se nos ha ido de las manos, tanto que creo que se nos ha olvidado procesar desde la inteligencia algo en lo que Lee insiste mucho, en que uno de esos tipos miserables y ridiculos actualmente se encuentra ejerciendo la presidencia de los Estados Unidos, uno de los cargos con más poder de este planeta.

Tan superiores no seremos.

No tiene ninguna gracia imaginar que la realidad empieza a transcurrir por vericuetos que la alejan de la utopía ilustrada de los derechos de las personas, convirtiéndonos en conservadores, en guardianes de algo que empieza a convertirse en un antiguo régimen.

Por eso no me hace tanta gracia.

Nos tenemos que refugiar en la oscuridad de la sala de cine para disfrutar la ridiculez de los otros enfrentados al poderoso valor de verdad de lo que consideramos justo y verdadero, pero bajo la fria luz del día todo empieza a ser más discutible. Su poder disminuye. Para demasiados, los bárbaros, y por lo tanto para todos (porque todos los votos valen lo mismo,) empieza a ser menos verdadero.

La autocomplacencia que destila a chorros "Infiltrado en el klan" me produce rechazo, me escandaliza.

Hecho de menos otra historia, otra película en la que los ridiculizados quizá debiéramos ser nosotros, los progresistas que arrugando el entrecejo vivimos en un mundo donde un tipo como Trump gobierna, pero seguramente no tendría tanto éxito ya que el ojo de la critica está más dedicado a ver la viga en el ojo ajeno más que las toneladas de acero en el propio.

domingo, noviembre 04, 2018

Sobre la ofensa

Tengo que confesar que en los años de vida que llevo vividos jamás he visto ofendida a una persona cuya inteligencia gozase de mi estimación.

Ante lo que para otros bien pudiera resultar ofensivo esas personas siempre se defendían recurriendo a la ironía o el sentido del humor (ambas, buenas armas de destrucción masiva de la estupidez); en casos más extremos, se acababa en el cinismo, siempre buscando la oferta del otro, nunca la propia porque después de todo el sentirse ofendido es un acto de debilidad de la inteligencia.

Como el niño que no puede encajar el triangulo en la forma del cuadrado, la ofensa es la rabieta de la inteligencia que no da más de sí y cede su lugar a la cuesta abajo que es el animal irracional para el ser humano.

No me tengo en mucha estima cuando mi carne se debilita y me ofendo.

Tampoco tengo en mucha estima a los que llevan la ofensa por bandera.

Deberíamos exigirnos un poco más porque al final la ofensa no es otra cosa que una forma de violencia.

Al final, buscamos que el otro como mínimo se calle y sea nuestra airada voz la única que clame en el desierto de la inteligencia en que el debate se ha convertido.

Nada bueno surge de la ofensa porque su razón de ser está en las propias limitaciones: No saber, no querer aceptar los límites de la propia creencia, temer la sola posibilidad del cuestionamiento y de la incertidumbre.

Mejor que el otro, el que nos ofende, se calle, que se desvanezca.

"No hay bestia tan feroz" titulaba el novelista Edward Bunker una de sus obras, refiriéndose al ser humano.

Y esa ferocidad empieza por conductas como la ofensa. conducta muy común porque siempre es y será más fácil dejarnos llevar por el animal que todos llevamos dentro, traicionar lo mejor de nosotros mismos: la humanidad y la inteligencia.

Mejor rebajarse y perder los papeles, que intentar elevarse sobre este mundo feroz de bestias con forma humana.