En su nueva película "Infiltrado en el Klan", Spike Lee apuesta sobre seguro.
Porque a quién puede no gustarle una historia que ridiculiza la sinrazón,que se pone del lado del sentido común dentro siempre de las coordenadas ilustradas y progresistas.
Especialmente a través de ese personaje borracho, estúpido y degenerado llamado Ivanhoe, que perversamente encarna el estereotipo que los progresistas tenemos del soporte electoral del norteamericano Tea Party.
La respuesta es clara: A nadie
Y sin embargo, y dejando de lado las cualidades cinematográficas de la película (que tampoco son demasiados), la película me deja una amarga sensación de tristeza.
Tristeza que, por un lado, tiene que ver con la perversa sensación de superioridad intelectual que Lee busca en el espectador para conectar con ella, conexión sobre la que sin duda descansa el éxito de la película y para cuya existencia Lee lo da todo, haciendo que la película discurra construyendo con desigual acierto unos poco estables carriles de comedia que a duras penas se sostienen sobre un terreno tan cenagoso y pantanoso como el tema racial.
Pero todo se basa en esa sensación de superioridad que seguro sería la misma que tendrían los ciudadanos romanos de pura cepa sobre los bárbaros que se apoderaban de su imperio.
Una sensación de superioridad basada en la posesión de una ética y unos valores cada vez más virtualizados y dejados de lado por una realidad que los bárbaros cada vez más reconducen a su medida.
Porque lo cierto es que serán todo lo estúpidos y ridiculos que creamos pero lo cierto es que su voto vale lo mismo.
Y por eso "Infiltrado en el Klan" no me hace tanta gracia.
La virtualización se nos ha ido de las manos, tanto que creo que se nos ha olvidado procesar desde la inteligencia algo en lo que Lee insiste mucho, en que uno de esos tipos miserables y ridiculos actualmente se encuentra ejerciendo la presidencia de los Estados Unidos, uno de los cargos con más poder de este planeta.
Tan superiores no seremos.
No tiene ninguna gracia imaginar que la realidad empieza a transcurrir por vericuetos que la alejan de la utopía ilustrada de los derechos de las personas, convirtiéndonos en conservadores, en guardianes de algo que empieza a convertirse en un antiguo régimen.
Por eso no me hace tanta gracia.
Nos tenemos que refugiar en la oscuridad de la sala de cine para disfrutar la ridiculez de los otros enfrentados al poderoso valor de verdad de lo que consideramos justo y verdadero, pero bajo la fria luz del día todo empieza a ser más discutible. Su poder disminuye. Para demasiados, los bárbaros, y por lo tanto para todos (porque todos los votos valen lo mismo,) empieza a ser menos verdadero.
La autocomplacencia que destila a chorros "Infiltrado en el klan" me produce rechazo, me escandaliza.
Hecho de menos otra historia, otra película en la que los ridiculizados quizá debiéramos ser nosotros, los progresistas que arrugando el entrecejo vivimos en un mundo donde un tipo como Trump gobierna, pero seguramente no tendría tanto éxito ya que el ojo de la critica está más dedicado a ver la viga en el ojo ajeno más que las toneladas de acero en el propio.
Porque a quién puede no gustarle una historia que ridiculiza la sinrazón,que se pone del lado del sentido común dentro siempre de las coordenadas ilustradas y progresistas.
Especialmente a través de ese personaje borracho, estúpido y degenerado llamado Ivanhoe, que perversamente encarna el estereotipo que los progresistas tenemos del soporte electoral del norteamericano Tea Party.
La respuesta es clara: A nadie
Y sin embargo, y dejando de lado las cualidades cinematográficas de la película (que tampoco son demasiados), la película me deja una amarga sensación de tristeza.
Tristeza que, por un lado, tiene que ver con la perversa sensación de superioridad intelectual que Lee busca en el espectador para conectar con ella, conexión sobre la que sin duda descansa el éxito de la película y para cuya existencia Lee lo da todo, haciendo que la película discurra construyendo con desigual acierto unos poco estables carriles de comedia que a duras penas se sostienen sobre un terreno tan cenagoso y pantanoso como el tema racial.
Pero todo se basa en esa sensación de superioridad que seguro sería la misma que tendrían los ciudadanos romanos de pura cepa sobre los bárbaros que se apoderaban de su imperio.
Una sensación de superioridad basada en la posesión de una ética y unos valores cada vez más virtualizados y dejados de lado por una realidad que los bárbaros cada vez más reconducen a su medida.
Porque lo cierto es que serán todo lo estúpidos y ridiculos que creamos pero lo cierto es que su voto vale lo mismo.
Y por eso "Infiltrado en el Klan" no me hace tanta gracia.
La virtualización se nos ha ido de las manos, tanto que creo que se nos ha olvidado procesar desde la inteligencia algo en lo que Lee insiste mucho, en que uno de esos tipos miserables y ridiculos actualmente se encuentra ejerciendo la presidencia de los Estados Unidos, uno de los cargos con más poder de este planeta.
Tan superiores no seremos.
No tiene ninguna gracia imaginar que la realidad empieza a transcurrir por vericuetos que la alejan de la utopía ilustrada de los derechos de las personas, convirtiéndonos en conservadores, en guardianes de algo que empieza a convertirse en un antiguo régimen.
Por eso no me hace tanta gracia.
Nos tenemos que refugiar en la oscuridad de la sala de cine para disfrutar la ridiculez de los otros enfrentados al poderoso valor de verdad de lo que consideramos justo y verdadero, pero bajo la fria luz del día todo empieza a ser más discutible. Su poder disminuye. Para demasiados, los bárbaros, y por lo tanto para todos (porque todos los votos valen lo mismo,) empieza a ser menos verdadero.
La autocomplacencia que destila a chorros "Infiltrado en el klan" me produce rechazo, me escandaliza.
Hecho de menos otra historia, otra película en la que los ridiculizados quizá debiéramos ser nosotros, los progresistas que arrugando el entrecejo vivimos en un mundo donde un tipo como Trump gobierna, pero seguramente no tendría tanto éxito ya que el ojo de la critica está más dedicado a ver la viga en el ojo ajeno más que las toneladas de acero en el propio.