Del monopolio a la disputa: la historia en tiempos multipolares
La pregunta es incómoda pero necesaria: ¿cuántas vidas costó el imperialismo europeo?
América: la primera catástrofe demográfica
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En 1492 la población del continente se estima en más de 60 millones. Un siglo después apenas quedaban 6 millones.
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La mortandad se debió en gran medida a enfermedades introducidas, pero no fue un “accidente natural”: la violencia de las guerras de conquista, la esclavitud y el colapso de sistemas de subsistencia multiplicaron el impacto.
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Autores como David Stannard (American Holocaust, 1992) y Tzvetan Todorov (La conquista de América, 1982) han hablado sin rodeos de genocidio. En América Latina, historiadores como Enrique Dussel y Silvio Zavala han insistido en que el colonialismo fue un sistema de dominación estructural, no un simple “encuentro de culturas”.
África: esclavitud y extractivismo letal
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El tráfico atlántico esclavizó a más de 12 millones de africanos, de los que al menos 2 millones murieron en la travesía y varios millones más en las capturas y marchas hacia la costa.
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En el Congo de Leopoldo II (1885–1908), la extracción de caucho bajo régimen de terror mató entre 8 y 10 millones de personas (Hochschild, King Leopold’s Ghost, 1998).
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En Namibia, la represión alemana (1904–1908) exterminó al 80 % de los herero y al 50 % de los nama, un genocidio reconocido oficialmente en 2021 por Alemania.
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Investigadores africanos como Boubacar Barry o Joseph Ki-Zerbo han subrayado que la esclavitud y el colonialismo no fueron episodios aislados, sino una devastación sistémica de estructuras sociales y culturales.
Asia: hambre como arma del imperio
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En la India británica, hambrunas como la de Bengala de 1770 (10 millones de muertos) o la de 1876–1878 (entre 5 y 8 millones) fueron agravadas por políticas coloniales que priorizaban la exportación y los ingresos fiscales sobre la subsistencia local.
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El historiador Mike Davis, en Late Victorian Holocausts (2001), calcula entre 30 y 60 millones de muertes ligadas a hambrunas coloniales globales durante el siglo XIX.
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La visión crítica no se limita a voces poscoloniales: incluso economistas británicos como Amartya Sen han demostrado que las hambrunas no son “naturales”, sino fruto de decisiones políticas que impiden el acceso a alimentos.
Guerras coloniales y represiones directas
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Francia en Argelia dejó cientos de miles de muertos entre 1830 y 1870, y más de un millón durante la guerra de independencia (1954–1962).
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En Indonesia, la represión holandesa de la Guerra de Aceh (1873–1904) costó más de 100.000 vidas.
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En Filipinas, la guerra contra la insurgencia filipina tras la ocupación estadounidense (heredera del colonialismo español) provocó al menos 200.000 muertes civiles.
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Historiadores como Frantz Fanon (Los condenados de la tierra, 1961) o Albert Memmi (Retrato del colonizado, 1957) pusieron en palabras, desde la experiencia colonizada, la violencia constitutiva del colonialismo.
La memoria selectiva
Hoy algunos historiadores empiezan a romper ese pacto de silencio.
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En Europa: Sven Lindqvist (Exterminate All the Brutes, 1992), Mark Levene (Genocide in the Age of the Nation-State, 2005), Caroline Elkins (Imperial Reckoning, 2005).
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En el mundo poscolonial: Walter Rodney (How Europe Underdeveloped Africa, 1972), Ngũgĩ wa Thiong’o (Descolonizar la mente, 1986), Dipesh Chakrabarty (Provincializing Europe, 2000).
Todos ellos coinciden en señalar que la “objetividad” de la historia europea no es neutral: ha sido la objetividad del vencedor. Pero el mundo está cambiando. Con la pérdida de centralidad de Europa y el avance de un orden más multipolar, es inevitable que otras voces empiecen a escribir la historia desde perspectivas diferentes y a reescribir el pasado de una manera más equilibrada y justa.
Ya se ven síntomas claros:
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En India, historiadores como Shashi Tharoor (Inglorious Empire, 2017) y Utsa Patnaik han argumentado que el dominio británico no fue “progreso”, sino un régimen que causó hambre, saqueo y muertes masivas, hasta el punto de poder llamarse genocida.
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En África, investigadores como Ngugi wa Thiong’o o Achille Mbembe están desmontando la narrativa colonial que reducía al continente a un “vacío” sin historia antes de Europa.
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En América Latina, corrientes como la “filosofía de la liberación” (Dussel, Quijano, Mignolo) han reinterpretado la modernidad europea como inseparable de la colonialidad.
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Incluso en China, académicos y museos recuerdan la etapa de las “Guerras del Opio” como un trauma colonial impuesto por Occidente, construyendo un relato que contrasta radicalmente con el europeo.
El monopolio europeo sobre la memoria está resquebrajándose. Y con cada nueva voz que emerge, el pasado deja de ser el archivo de los vencedores para convertirse en un terreno de disputa, donde la verdad ya no podrá escribirse desde una sola orilla.
Conclusión
Los cálculos son siempre aproximados, pero distintos historiadores coinciden en que el imperialismo europeo, entre 1492 y mediados del siglo XX, provocó la muerte directa o indirecta de cientos de millones de personas: desde los más de 50 millones de indígenas americanos exterminados en un siglo, hasta los 15–20 millones de africanos sacrificados en la trata, los 30–60 millones de víctimas de hambrunas coloniales en Asia o los millones caídos en guerras de ocupación y trabajos forzados en África.
Y la cuenta no terminó con las independencias: desde la Guerra Fría hasta hoy, las mismas lógicas de control —golpes militares apoyados por potencias, guerras por recursos, deudas impagables— han seguido generando millones de muertos en silencio, como prolongación de un colonialismo que nunca desapareció, solo cambió de rostro.
A esto habría que sumar un saldo aún más difícil de calcular: las muertes derivadas de la pobreza estructural y el hambre endémica generadas por la destrucción de economías locales y el sometimiento de sociedades enteras a la lógica del mercado mundial. Como advirtió Karl Polanyi en La gran transformación (1944), imponer el mercado como ley universal significó desarraigar a pueblos de sus modos de vida, “desnaturalizar” las relaciones sociales y convertir la subsistencia en una variable del comercio. Si se incluyeran esas muertes —producto de la miseria inducida en África, Asia y América Latina a lo largo de siglos— la cifra total sería todavía mucho más gigantesca, hasta el punto de volver irrelevante la comparación con cualquier otro sistema de exterminio. Si la cifra de muertos por el imperialismo es increíblemente enorme, las cifras provocadas por el capitalismo lo son aún más.
El genocidio nazi duró 12 años; el colonialismo europeo, varios siglos. Y las cicatrices siguen abiertas: en la pobreza estructural, en las fronteras trazadas con regla, en la desigualdad global y en la historia mutilada de pueblos reducidos a nota al pie..
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