El talón de Aquiles de Washington no son los misiles: es la economía



Durante décadas se ha repetido que la fortaleza de Estados Unidos descansa ante todo en su poder militar: el ejército mejor financiado, la red de bases más extensa y una capacidad de proyección sin rival. Sin embargo, la experiencia histórica muestra un patrón constante: las grandes potencias no suelen caer porque alguien las derrote primero en el campo de batalla; se desmoronan porque su base económica deja de sostener el peso militar y diplomático que habían acumulado. La fuerza bruta necesita un cimiento financiero.

Excurso histórico: economía antes que armas

  • Imperio británico. Dominó mares y colonias hasta que la combinación de endeudamiento masivo, declive industrial y dos guerras mundiales agotó sus recursos. Su flota seguía imponente, pero mantenerla sin una economía líder fue insostenible.

  • Unión Soviética. Alcanzó paridad nuclear con EE. UU., pero su economía estancada no pudo financiar la carrera tecnológica ni sostener el gasto militar; colapsó sin haber perdido una guerra.

  • España imperial. Mantuvo ejércitos y armadas temidos mientras la economía dependía de metales preciosos y carecía de productividad; el agotamiento fiscal acabó derrumbándola.

  • China imperial (siglo XIX). Tenía fuerzas armadas numerosas, pero su atraso económico la volvió vulnerable a la presión occidental sin mediar grandes derrotas iniciales.

La lección es clara: el músculo militar puede sobrevivir algunos reveses, pero no una erosión prolongada de la solvencia económica.

EE. UU. hoy: el dólar como columna vertebral

En el caso estadounidense, la economía es el verdadero fundamento de la hegemonía por tres razones:

  1. Financiación del poder militar y tecnológico. Mantener un gasto de defensa superior al de las siguientes potencias combinadas depende de un sistema financiero profundo y de una moneda de reserva mundial que abarata la deuda. Sin esa “renta de hegemonía”, sostener el Pentágono sería mucho más costoso.

  2. Capacidad de moldear el orden internacional. El dólar es un instrumento geopolítico: permite sancionar, condicionar flujos financieros y fijar reglas de juego. Es poder sin necesidad de disparar un tiro.

  3. Confianza de aliados y legitimidad interna. Una economía sólida y una moneda estable hacen que EE. UU. sea visto como socio fiable. Si esa confianza se erosiona, las alianzas se debilitan y el coste de la fuerza aumenta.

Por eso puede afirmarse que, si la supremacía estadounidense llega a quebrarse, será primero económica —por pérdida de capacidad fiscal y financiera— y sólo después militar. El dólar, columna vertebral de ese poder económico, es también su punto de vulnerabilidad más evidente.

La reciente caída de la moneda estadounidense —la mayor en medio siglo durante el primer semestre de 2025— ha reavivado titulares que anuncian un declive inminente. Conviene ser prudentes. El dólar se corrige desde niveles excepcionalmente altos y ya ha atravesado otras fases de debilidad sin dejar de ser la divisa central del sistema. Comprender esta caída exige contexto histórico, distinguir entre raíces estructurales que gobiernan la tendencia y choques coyunturales que la precipitan, y preguntarse qué tendría que ocurrir para que una corrección normal se convierta en un verdadero punto de inflexión.


1. Qué ha pasado con el dólar en 2025

En la primera mitad de 2025 el índice del dólar (DXY) perdió cerca de un 11 %, su peor desempeño semestral en más de medio siglo. El movimiento ha sorprendido por su velocidad: pocas veces se había visto una depreciación tan intensa en tan poco tiempo. Ocurre, además, después de un superciclo alcista que comenzó alrededor de 2010 y alcanzó su cénit en 2022, cuando el dólar se reforzó como refugio en medio de la pandemia, la inflación global y la guerra de Ucrania.

Bancos como Morgan Stanley y varias gestoras interpretan este retroceso como algo más que una toma de beneficios: lo ven como el fin de un ciclo de fortaleza excepcional que duró más de una década. El dólar no está colapsando, pero está saliendo de un régimen alcista extraordinario.

Sin embargo, no hablamos de un desplome absoluto:

  • El DXY sigue por encima de su media de largo plazo (90–95 puntos), aunque ha cedido parte del terreno ganado desde 2015.

  • El dólar mantiene aproximadamente el 58 % de las reservas globales, todavía muy lejos de un reemplazo sistémico.

La clave está en que una caída intensa desde un punto muy alto no es inédita: el dólar ya ha vivido episodios de debilidad similares o mayores:

  • Década de 1970 – Tras el fin de Bretton Woods y la crisis del petróleo, el dólar perdió más de un 30 % frente a las principales divisas; aun así, siguió como moneda central.

  • Acuerdo Plaza (1985-1987) – Se pactó devaluar un dólar excesivamente fuerte; cayó alrededor de un 40 % frente al marco y el yen.

  • 2002-2008 – Tras la burbuja tecnológica y la guerra de Irak, el dólar retrocedió un 40 % frente al euro en seis años.

  • 2008-2011 – Con la crisis financiera y la expansión monetaria, el dólar se debilitó, aunque luego se recuperó como refugio.

Estos episodios muestran que el dólar puede caer rápido y mucho sin perder su papel central. La diferencia estriba en el entorno:

  1. Fragilidad fiscal más aguda. En los 80 EE. UU. tenía déficits, pero mucho menores que el actual (>5 % del PIB). Hoy el coste de intereses y la deuda (≈120 % PIB) son estructuralmente más pesados.

  2. Diversificación real, aunque lenta. En 1985 o 2008 nadie hablaba seriamente de sustituir al dólar; hoy hay acuerdos bilaterales en otras monedas, y bancos centrales reducen gradualmente su exposición.

  3. Uso político/recaudatorio del dólar y del comercio. Antes los aranceles o sanciones eran herramientas estratégicas; hoy se perciben también como mecanismos para sostener las cuentas públicas y ejercer presión económica, lo que incentiva a buscar alternativas.

  4. Competidores financieros más sólidos. El euro existe y sobrevive a crisis; el yuan gana presencia en Asia; emergen monedas digitales de bancos centrales y mecanismos de pagos alternativos (CIPS, INSTEX, etc.).

  5. Ruido político interno. En ciclos previos, pese a déficits, la credibilidad institucional era mayor; ahora hay dudas sobre la independencia de la Fed y bloqueos fiscales recurrentes.

Por eso, aunque la caída actual podría verse como un “ajuste normal” después de un dólar sobrevalorado, el contexto sugiere algo más profundo: el suelo estructural es más débil y el sistema internacional ofrece más incentivos para diversificarse que en cualquier otra corrección de las últimas décadas. La historia nos dice que el dólar puede rebotar, pero también que cada caída prolongada deja un poco más erosionada la confianza que sostiene su hegemonía.


2. Raíces estructurales: el suelo ya estaba agrietado

El debilitamiento reciente del dólar no parte de cero; descansa sobre una base estructural que lleva años erosionándose. 

  • La primera grieta es fiscal. Estados Unidos ha pasado de déficits coyunturales a déficits crónicos superiores al 5 % del PIB, con una deuda pública que supera el 120 % del producto. Mientras los mercados confiaron en el Tesoro y la Reserva Federal mantuvo tipos atractivos, esta carga era sostenible; pero cada punto adicional de deuda eleva el gasto en intereses y acerca al país a una situación de “dominancia fiscal”, donde la política monetaria se supedita a la necesidad de financiar al gobierno. Esa percepción debilita la confianza a largo plazo y hace que cualquier giro en expectativas de tipos se traduzca en movimientos más bruscos de la divisa.
  • A ello se suma una dependencia creciente de financiación externa. El déficit por cuenta corriente significa que EE. UU. necesita un flujo constante de capital extranjero para sostener consumo y gasto público. Durante décadas los inversores extranjeros —bancos centrales, fondos soberanos, grandes instituciones— han aceptado absorber bonos del Tesoro casi sin prima de riesgo. Hoy esa complacencia es menor: episodios recientes de tensiones de liquidez en el mercado de Treasuries y las advertencias de las agencias de rating recuerdan que incluso el activo más seguro exige ya rendimientos más altos. Cuando el coste de financiar a EE. UU. sube, la presión recae sobre el dólar.
  • La tercera debilidad es la diversificación lenta pero persistente de reservas y de sistemas de pago. El dólar sigue dominando, pero su cuota en las reservas mundiales ha pasado de cerca del 70 % a principios de siglo al entorno del 58 % actual. No es una huida masiva, pero sí un movimiento acumulativo: bancos centrales y fondos soberanos buscan reducir exposición al dólar como precaución ante un emisor cada vez más endeudado y que utiliza su moneda como herramienta de presión política. Las sanciones extraterritoriales y la congelación de reservas rusas en 2022 enviaron una señal: depender totalmente del sistema dólar puede ser un riesgo estratégico. Desde entonces proliferan acuerdos bilaterales en otras divisas, uso de sistemas de pago alternativos y acumulación de oro como cobertura.

Estas grietas han acompañado otras fases de debilidad:

  • En los años setenta, el final de Bretton Woods y la inflación se combinaron con déficits para devaluar el dólar. A mediados de los ochenta, los desequilibrios comerciales y una moneda sobrevaluada llevaron al Acuerdo Plaza. 
  • Entre 2002 y 2008, los llamados “déficits gemelos” y un crecimiento global que encontraba mejores rendimientos fuera de EE. UU. provocaron otro ciclo bajista. 
La diferencia es que hoy estas debilidades son más profundas y persistentes, y se combinan con un entorno internacional que ofrece alternativas —euro consolidado, yuan más presente en Asia, sistemas de pagos paralelos—, algo que en ciclos anteriores apenas existía.

En conjunto, estos factores no derriban por sí solos al dólar, pero lo vuelven más sensible a cualquier shock. Cuando llegan cambios bruscos en tipos de interés, revisiones de crecimiento o tensiones políticas internas, el mercado ya no da el mismo margen de confianza que antes.


3. Choques coyunturales y agravantes recientes: el empujón de 2025

Sobre esa base frágil han actuado factores nuevos o intensificados:

  • Cambio de la Reserva Federal. Tras años de “higher for longer”, el mercado descuenta recortes de tipos: se reduce el diferencial frente a otras economías y disminuye el atractivo del dólar para inversores.

  • Enfriamiento del crecimiento de EE. UU. Las previsiones de PIB para 2025 se han revisado a la baja, debilitando el magnetismo de la economía estadounidense.

  • Política exterior con sesgo recaudatorio. Aranceles elevados y presión a aliados para comprar armamento pueden generar ingresos a corto plazo, pero erosionan confianza y alimentan movimientos de diversificación para no depender de una moneda usada como herramienta fiscal.

  • Ruido político y fiscal. Tensiones sobre la independencia de la Fed, bloqueos presupuestarios y rebajas de calificación refuerzan la narrativa de un emisor más riesgoso.

Estos choques son el gatillo de la caída actual: sin ellos el dólar seguiría alto pese a sus desequilibrios; con ellos, la vulnerabilidad se hace visible.


4. Cuándo pasaría de normal a preocupante

Hoy la situación es una corrección fuerte pero no sistémica. Sería preocupante si:

  • El DXY rompe de forma sostenida el rango 85–90 (niveles que históricamente marcaron debilidad crítica).

  • Las reservas mundiales en dólares caen por debajo del 50 %.

  • Compradores extranjeros reducen significativamente su tenencia de bonos del Tesoro, obligando a EE. UU. a pagar intereses mucho más altos para financiarse.

  • Se afianza un comercio global de materias primas en monedas alternativas, reduciendo la demanda estructural de dólares.

  • La política interna erosiona la credibilidad fiscal y monetaria (interferencias en la Fed, incapacidad de controlar el déficit).

Mientras nada de esto ocurra de forma combinada, hablamos de un ajuste relevante pero dentro de la normalidad histórica.


5. Conclusión

Como toda gran potencia, la principal vulnerabilidad de EE. UU. no es militar sino económica: sin una base fiscal y monetaria sólida, su poder armado y su red de alianzas son cada vez más costosos de mantener. El dólar es la piedra angular de esa arquitectura; atacarlo —o simplemente dejar de usarlo como antes— debilita la hegemonía sin necesidad de una confrontación bélica.

La caída de 2025 no es aún el fin del dólar: parte de niveles extraordinarios y tiene precedentes en otras eras de debilidad. Pero tampoco es trivial: muestra que los desequilibrios fiscales, la erosión de confianza y el uso político de la divisa están dejando menos margen para absorber shocks. Si esas grietas se agravan y la corrección se combina con fuga de reservas y pérdida de compradores de deuda, el declive podría convertirse en un verdadero punto de inflexión geopolítico.


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