¿Guerra civil en Estados Unidos? La historia demuestra otra cosa
Cada cierto tiempo, los titulares anuncian que Estados Unidos está al borde de una nueva guerra civil. Se repite la idea de que la polarización actual es “inédita”, que nunca antes la sociedad norteamericana estuvo tan dividida. Pero basta mirar al retrovisor de la historia para comprender que no es cierto: el país ya vivió un auténtico terremoto social en los años sesenta, con una intensidad que hoy resulta difícil de imaginar.
Los sesenta: un país incendiado
La década de 1960 fue probablemente la más convulsa del siglo XX en Estados Unidos. Entre 1964 y 1971 se registraron más de 700 disturbios urbanos graves, con centenares de muertos, decenas de miles de heridos y daños materiales que en algunos casos tardaron décadas en repararse (Kerner Commission, 1968). Ciudades como Watts (1965), Newark y Detroit (1967) quedaron marcadas por enfrentamientos violentos entre comunidades afroamericanas y fuerzas policiales, con escenas que recordaban a un conflicto bélico. El asesinato de Martin Luther King en 1968 desató una oleada de violencia en más de un centenar de ciudades: el país entero pareció al borde del colapso interno.
A ello se sumaba la guerra de Vietnam, que dividió profundamente a la sociedad. Las protestas contra el envío de tropas y el reclutamiento obligatorio movilizaron a millones de estudiantes, sindicalistas y veteranos. Los campus universitarios se convirtieron en epicentros de resistencia y, en ocasiones, de tragedia. El episodio más recordado fue la masacre de Kent State en mayo de 1970, cuando la Guardia Nacional abrió fuego contra una manifestación estudiantil, matando a cuatro jóvenes e hiriendo a nueve. La imagen de aquellos cuerpos tendidos en el suelo se convirtió en un símbolo de un país enfrentado consigo mismo.
En paralelo, la nación fue testigo de una serie de magnicidios que acentuaron la sensación de desgarro: John F. Kennedy en 1963, Malcolm X en 1965, Robert Kennedy en 1968 y Martin Luther King ese mismo año. Cada asesinato era interpretado no solo como la pérdida de un líder, sino como un golpe contra la esperanza de reconciliación.
La opinión pública reflejaba ese clima de fractura. Según Gallup, en 1963 un 60% de los estadounidenses creía que las manifestaciones del movimiento por los derechos civiles perjudicaban a su propia causa. Incluso medidas moderadas de integración racial generaban un rechazo mayoritario. El contraste entre una minoría movilizada en la calle y una mayoría temerosa o contraria alimentaba la tensión y justificaba, a ojos de muchos, la represión.
En conjunto, los sesenta fueron una década en la que Estados Unidos vivió una violencia política y social de gran escala. El país no solo estaba polarizado: estaba literalmente incendiado en sus calles y dividido en sus instituciones. A la luz de ese contexto, resulta evidente que la democracia americana estuvo entonces mucho más cerca del colapso que en la coyuntura actual..
El presente: polarización sin guerra en la calle
Hoy la fractura social en Estados Unidos es evidente, pero su dinámica es muy distinta a la de los sesenta. No se expresa principalmente en forma de disturbios masivos o en protestas diarias con decenas de muertos, sino en un conflicto político e identitario que permea cada aspecto de la vida pública.
La polarización ideológica —lo lejos que están demócratas y republicanos en cuestiones políticas— se ha profundizado en el Congreso, hasta alcanzar niveles históricos (Pew Research, 2022). Pero más decisiva aún es la polarización afectiva: no se trata solo de pensar distinto, sino de percibir al adversario como un enemigo moral y existencial. Estudios recientes muestran que el rechazo hacia el partido contrario es hoy más intenso que en cualquier otro momento de las últimas cinco décadas.
En este contexto, la figura de Donald Trump actúa como catalizador. Ningún expresidente en la historia reciente había cuestionado abiertamente la legitimidad del sistema electoral ni alentado a sus seguidores a desafiar el resultado de unas elecciones. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 es el episodio más visible de esta crisis: no fue una revuelta nacional como las de los sesenta, pero sí un ataque directo al corazón de la democracia estadounidense, un gesto simbólico que rompió tabúes.
La violencia política actual, aunque real, es sobre todo episódica y fragmentaria. Hay agresiones a funcionarios, amenazas a jueces, incidentes armados vinculados a la retórica política, pero nada comparable a los centenares de disturbios urbanos de los años sesenta. Lo que sí ha crecido es el temor social: según un estudio de Garen Wintemute y colaboradores (2025), un porcentaje creciente de ciudadanos cree que el país podría entrar en una nueva guerra civil. Esa percepción de inestabilidad no responde tanto a hechos tangibles como a la amplificación de discursos alarmistas en medios y redes sociales.
Y es precisamente ahí donde reside lo novedoso del presente. Como señala Rachel Kleinfeld (Carnegie Endowment, 2023), lo preocupante no son tanto los muertos en la calle como la erosión institucional: la deslegitimación de las reglas democráticas, el cuestionamiento de la autoridad electoral, el auge de la desinformación y el odio amplificado por algoritmos digitales. Mientras en los sesenta la amenaza era la violencia física masiva, hoy el riesgo es más insidioso: una guerra cultural digital que corroe la confianza cívica y mina los cimientos del sistema desde dentro..
Lo que diferencia el ayer y el hoy
Aunque tanto los sesenta como el presente se describen como épocas de polarización extrema, la naturaleza del conflicto es distinta. Entonces el país ardía literalmente en sus calles; hoy, el enfrentamiento se libra en el terreno de las percepciones, de la política institucional y de la esfera digital. Tres diferencias resultan especialmente reveladoras:
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La escala de la violencia: en los sesenta, la violencia fue masiva y sostenida. Los disturbios urbanos dejaron cientos de muertos, miles de heridos y barrios enteros reducidos a cenizas. El asesinato de líderes políticos y sociales multiplicaba la sensación de caos. Hoy, en cambio, los episodios de violencia política son puntuales y, aunque simbólicamente graves —como el asalto al Capitolio—, no alcanzan la magnitud de una guerra urbana generalizada. Lo inquietante no es tanto la sangre derramada, mucho menor que entonces, sino el clima de miedo que se alimenta de la percepción de que el sistema mismo puede venirse abajo.
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La movilización social: en la década de 1960, millones de personas ocuparon las calles en marchas multitudinarias y prolongadas. El movimiento por los derechos civiles, las protestas contra Vietnam y la contracultura crearon una presencia constante de cuerpos colectivos en el espacio público. Hoy, en contraste, las protestas son fragmentadas y efímeras. Existen picos de movilización —como Black Lives Matter en 2020—, pero rápidamente se disipan o se diluyen en las redes sociales. El ágora pública se ha desplazado del espacio físico a la esfera digital, lo que genera visibilidad y ruido, pero menos capacidad de presión sostenida.
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Las instituciones: en los sesenta, pese al nivel de violencia, la legitimidad del proceso democrático no estaba en juego. Nadie dudaba de que las elecciones eran válidas, y las disputas se daban dentro de ese marco. Hoy, sin embargo, es el núcleo del sistema lo que se discute: una parte significativa de la ciudadanía cree que las elecciones pueden estar manipuladas, y un expresidente ha hecho de esa sospecha su bandera política. La diferencia es crucial: entonces la democracia resistía a pesar de la violencia; hoy la violencia es limitada, pero la democracia se erosiona desde dentro.
Eje | Años sesenta | Presente |
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Escala de la violencia | Más de 700 disturbios graves entre 1964-1971 (Kerner Commission). Cientos de muertos, miles de heridos, barrios arrasados. Magnicidios de JFK, Malcolm X, MLK y Robert Kennedy. | Violencia episódica y fragmentaria. Asalto al Capitolio (2021), agresiones a funcionarios y amenazas aisladas. Pocos muertos, pero gran impacto simbólico. |
Movilización social | Millones en las calles de forma sostenida. Marcha sobre Washington (1963): >200.000 personas. Amplio movimiento estudiantil contra Vietnam. | Movilizaciones puntuales y más efímeras. Black Lives Matter (2020) movilizó millones, pero sin continuidad duradera. El protagonismo está en redes sociales, no en la calle. |
Instituciones | Las elecciones no eran cuestionadas. Pese a la violencia, la legitimidad del sistema electoral permanecía intacta. | El núcleo institucional está bajo sospecha: un expresidente cuestiona la validez de elecciones. Crece la desconfianza hacia jueces, Congreso y medios. |
Opinión pública | Mayoría contraria a las protestas: en 1963, el 60% pensaba que dañaban la causa de los derechos civiles (Gallup). | Encuestas muestran que casi la mitad de los estadounidenses creen posible una guerra civil (Wintemute et al., 2025), aunque la violencia real es limitada. |
Medios de comunicación | Televisión y prensa masiva transmitían la violencia en diferido. La información era más centralizada y con control editorial. | Redes sociales amplifican rumores y odio en tiempo real. La polarización digital multiplica percepciones de crisis sin necesidad de violencia física. |
Conclusión: un déjà vu distinto
Estados Unidos atraviesa un momento crítico, pero no comparable al estallido social de los años sesenta. Lo de ahora es distinto: menos violencia real, más fragilidad institucional. La fractura se libra más en las urnas, en los tribunales y en las redes sociales que en las calles.
El riesgo existe —ninguna democracia puede sostenerse si una parte de sus ciudadanos deja de creer en las reglas comunes—, pero la narrativa del “país al borde de la guerra civil” solo tiene sentido si olvidamos lo que ocurrió hace sesenta años. Y la memoria histórica es el mejor antídoto contra los espejismos del presente.
Además, hay un punto que solemos pasar por alto: el poder blando de Estados Unidos —su cultura popular, su influencia económica, su capacidad de proyectar modernidad— nos ha impedido ver con claridad su debilidad estructural interna. Pero si repasamos la historia, descubrimos un patrón: en cada siglo desde su independencia, el país ha atravesado episodios de grave desencuentro social y político. Desde la Guerra Civil del XIX hasta los años sesenta del XX, pasando por la era de la Gran Depresión y ahora el presente, la democracia estadounidense se ha puesto a prueba una y otra vez. Lo que cambia no es la existencia del conflicto, sino la forma en que se expresa y las instituciones que logra o no logra erosionar.
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