Más que seguridad: la guerra de Gaza y la batalla por el gas


La guerra en Gaza, desencadenada tras el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, se ha presentado ante el mundo como un conflicto estrictamente de seguridad. Israel habla de “autodefensa” y de “erradicar a Hamas”. Sin embargo, un sector de analistas, académicos y organizaciones de derechos humanos apunta a un ángulo menos visible: la dimensión energética. Según esta perspectiva, la guerra no solo elimina a un actor hostil, sino que también abre la puerta a un “win-win” para Israel: consolidarse como potencia energética regional y, de paso, controlar de facto los yacimientos de gas de Gaza.


1. El yacimiento Gaza Marine: una riqueza bloqueada

En el año 2000 se descubrió frente a la costa de Gaza el campo Gaza Marine, con reservas estimadas en más de 1 trillón de pies cúbicos (TCF) de gas natural. Suficiente para abastecer las necesidades energéticas palestinas durante décadas y generar ingresos millonarios por exportación.

  • Licencias: otorgadas a BG Group (hoy parte de Shell) junto a la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

  • Potencial: cubrir la demanda interna de electricidad en Gaza (que hoy depende de fuel caro e importado) y convertir al enclave en un exportador modesto.

  • Realidad: el campo lleva 25 años sin explotarse.

El motivo: Israel ejerce un control naval y político absoluto sobre el litoral de Gaza. Argumenta que cualquier ingreso iría a manos de Hamas, que lo usaría para financiar su arsenal. El bloqueo naval impuesto desde 2007 actúa como un veto efectivo: sin permisos israelíes no se pueden instalar plataformas ni tender gasoductos.


2. El nuevo tablero energético del Mediterráneo

Mientras Gaza Marine dormía bajo las aguas, Israel descubrió y empezó a explotar sus propios gigantes gasísticos:

  • Tamar (2009): ≈ 11 TCF.

  • Leviathán (2010): ≈ 22 TCF.

Estos campos transformaron a Israel de importador a exportador neto de gas. Hoy vende a Jordania, Egipto y negocia con la UE.

En paralelo, nació el proyecto del Corredor del Este del Mediterráneo, impulsado por Israel, Chipre, Grecia y Egipto, con apoyo de EE.UU. y la UE. La invasión rusa de Ucrania en 2022 lo volvió estratégico: Europa necesitaba desesperadamente alternativas al gas ruso.

En este tablero, Israel aspira a ser hub energético. Pero hay un eslabón incómodo: Gaza, controlada por Hamas, con un campo gasístico sin desarrollar y a apenas 30 km de las costas israelíes.


3. ¿Un win-win para Israel?

Para los defensores de esta hipótesis, la guerra actual no se explica solo por la seguridad. Se entiende como una operación de doble beneficio:

  1. Seguridad inmediata: destruir la infraestructura militar de Hamas y acabar con su control político sobre Gaza.

  2. Beneficio estratégico: abrir el camino para que Gaza Marine se desarrolle bajo condiciones aceptables para Israel y sus aliados.

En palabras simples: sin Hamas, Gaza deja de ser un agujero negro que amenaza proyectos energéticos regionales. Se convierte en una pieza más en el engranaje que integra a Israel en la economía energética europea.


4. Quiénes defienden esta hipótesis

La teoría del “factor energético” no es marginal. Ha sido defendida o explorada por un amplio abanico de voces:

  • Académicos y analistas: el economista israelí Shir Hever ha señalado cómo la ocupación genera beneficios económicos y cómo los recursos energéticos están atrapados en esa lógica. Historiadores como Vijay Prashad vinculan el conflicto con la disputa por corredores energéticos globales.

  • ONGs: Al-Haq, B’Tselem o Global Witness denuncian que Israel impide a los palestinos desarrollar sus recursos naturales, incluido el gas marino.

  • Medios críticos: The Guardian, Le Monde Diplomatique, Middle East Eye y Petroleum Economist han publicado análisis sobre la dimensión energética de la guerra.

  • Voces palestinas: tanto la Autoridad Palestina como Hamas han acusado a Israel de bloquear Gaza Marine para mantener la dependencia y debilidad económica palestina.

  • Israelíes críticos: periodistas como Gideon Levy (Haaretz) o académicos como Ilan Pappé hablan de un patrón histórico: control territorial y recursos como pilares de la estrategia israelí.


5. Críticas y límites de la teoría.

Los detractores de la hipótesis energética señalan que:

  • El detonante inmediato fue el ataque del 7 de octubre, que basta para explicar la ofensiva.

  • Israel ya controlaba Gaza Marine con el bloqueo naval, no necesitaba invadir para impedir su explotación.

  • El valor del campo (≈ 1 TCF) es modesto comparado con Tamar y Leviathán (11 y 22 TCF).

  • El coste humano y político es enorme: acusaciones de genocidio, ruptura de relaciones diplomáticas y tensiones con EE.UU. Difícilmente se justifica solo por un interés económico.

Pero aquí surgen dos matices clave:

1. El coste humano y político rara vez ha detenido a Israel.
Históricamente, Israel ha demostrado que puede resistir o ignorar la presión internacional:

  • Tras la guerra de 1967, se apropió de Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán pese a las resoluciones de la ONU.

  • La expansión de asentamientos en Cisjordania, considerada ilegal por el derecho internacional, continúa hasta hoy pese a la condena unánime de la comunidad internacional.

  • La invasión de Líbano en 1982, con la masacre de Sabra y Chatila, generó rechazo mundial, pero Israel mantuvo su estrategia hasta que los costes militares internos fueron insostenibles.

La clave está en la relación con EE.UU.: mientras Washington mantenga su apoyo político, militar y financiero, Israel puede desafiar con relativa seguridad a Naciones Unidas, la UE o incluso tribunales internacionales. Este “paraguas” estadounidense le otorga un margen de maniobra único para absorber el coste humano y diplomático de sus acciones.

2. Los factores estratégicos rara vez se reconocen en tiempo real.
Otro argumento de los críticos es que “el gas no puede ser la motivación principal porque ahora no parece central”. Pero la historia muestra que los intereses estratégicos a menudo solo se entienden a posteriori:

  • La Guerra de Irak (2003): oficialmente se justificó por las “armas de destrucción masiva”. Solo después se aceptó ampliamente que el control del petróleo iraquí y la influencia geopolítica en la región eran factores determinantes.

  • El Canal de Suez (1956): la intervención de Francia, Reino Unido e Israel se presentó como una respuesta a la nacionalización del canal por Nasser. Hoy se estudia como un movimiento clásico de control estratégico sobre una vía comercial vital.

  • Afganistán (2001): el discurso inicial fue la lucha contra el terrorismo. Años más tarde, muchos análisis reconocen la importancia de la ubicación estratégica de Afganistán como pasillo energético hacia Asia Central.

En todos estos casos, la narrativa pública se centró en amenazas inmediatas (seguridad, armas, terrorismo), mientras que los intereses geoestratégicos solo se hicieron evidentes con el paso del tiempo. Gaza podría encajar en este patrón: seguridad como causa declarada, energía como beneficio estratégico no confesado.


6. Conclusión: entre la seguridad y la energía

Reducir la guerra de Gaza a una “guerra por el gas” es una simplificación excesiva. Pero ignorar la dimensión energética es, igualmente, un error.

La realidad es más compleja:

  • La causa inmediata fue el ataque de Hamas.

  • Pero el resultado estratégico puede ser un “win-win” para Israel: eliminar a Hamas como amenaza militar y, a la vez, abrir la puerta al desarrollo del gas de Gaza bajo condiciones favorables.

En el nuevo orden energético del Mediterráneo, con Europa buscando alternativas al gas ruso, Israel tiene más que ganar que nunca. Y Gaza Marine, aunque modesto en comparación con Leviathán, se convierte en un símbolo: el recordatorio de que en esta guerra, la seguridad y la geopolítica energética viajan de la mano.

La pregunta incómoda es inevitable: ¿qué pesará más en el futuro, la autodefensa o la consolidación de Israel como potencia energética?

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