La batalla no tan invisible por Moldavia: desinformación, poder y un tablero que va mucho más allá de Rusia


Moldavia, pequeño país encajado entre Rumanía y Ucrania, vota hoy en medio de una tensión que varios líderes y analistas describen abiertamente como un nuevo hito de una “nueva guerra fría” en el seno de Europa. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha advertido que “la competencia estratégica con Rusia se libra tanto con tropas como con información”; la presidenta moldava, Maia Sandu, acusó hace unos días a Moscú de “intentar desestabilizar nuestra democracia desde dentro”; y centros de estudio como el European Council on Foreign Relations hablan ya de un “telón de acero digital” que divide a Europa Oriental.

Los gobiernos occidentales acusan al Kremlin de financiar partidos prorrusos, sembrar desinformación y lanzar ciberataques para orientar el rumbo político del país. Mientras tanto, la OTAN refuerza el flanco oriental con maniobras militares y presencia en Rumanía y el mar Negro para enviar un mensaje de disuasión.

Para muchos moldavos, la votación de hoy no es solo un asunto interno: su país aparece como una pieza vulnerable en un pulso geopolítico que enfrenta a Moscú con Bruselas y Washington, donde la información —más que los tanques— parece ser la primera línea de combate.


2. Qué es una “guerra fría” y cómo funciona

El término guerra fría describe un tipo de conflicto en el que los rivales evitan el choque militar directo, pero compiten de forma intensa en todos los demás frentes: influencia política, tecnología, economía, cultura y prestigio internacional.
Sus rasgos clave son:

  • Confrontación indirecta: guerras por terceros, apoyo militar y operaciones encubiertas sin batalla directa entre potencias.

  • Batalla ideológica y propagandística: cada bloque construye un relato legitimador y deslegitima al rival.

  • Carrera tecnológica y económica: quien domine la innovación y los recursos estratégicos gana ventaja.

  • Operaciones de influencia sistemáticas: espionaje, propaganda, apoyo a partidos afines, manipulación mediática.

La Guerra Fría del siglo XX entre EE.UU. y la URSS se sostuvo sobre estos pilares. No hubo batallas abiertas entre ambos, pero sí Corea, Vietnam, Afganistán; golpes apoyados por la CIA; invasiones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia; y una guerra global de relatos, desde Hollywood y Voice of America hasta Radio Moscú y Pravda.


3. De la confrontación bipolar a la guerra fría digital

Hoy, la lógica se ha reconfigurado en clave tecnológica y digital. El campo de batalla principal es la información.
Además de características propias de la vieja Guerra Fria, las características de la nueva podrían ser:

  • Asimetría digital: resulta barato sembrar duda y muy costoso proteger el debate público.

  • Plataformas globales: redes sociales, mensajería y algoritmos que moldean emociones y percepciones a escala.

  • Interdependencia económica: rivales conectados que ejercen presión más sutil que en el pasado.

  • Multipolaridad: no solo EE.UU. y Rusia; también China, la UE, Turquía, Irán u otras potencias regionales.

  • Opacidad y negación plausible: operaciones difíciles de atribuir; basta con la sospecha para erosionar la confianza.

La injerencia digital sustituye a la propaganda analógica: ya no son radios clandestinas o carteles ideológicos, sino bots, deepfakes, campañas de microsegmentación y filtraciones virales cuidadosamente gestionadas.


4. Hechos y propaganda: el espejo de cualquier guerra fría

El repertorio actual de la guerra fría digital es amplio:

  • Desinformación algorítmica: campañas emocionales, bots, microsegmentación.

  • Ciberataques y filtraciones selectivas para desestabilizar.

  • Financiación encubierta de partidos, ONGs y medios afines.

  • Soft power digital: medios internacionales, think tanks, becas, influencia cultural.

  • Presión económica y energética: sanciones, manipulación de precios, chantaje comercial.

En Moldavia, estas tácticas se atribuyen a Rusia: financiación de partidos prorrusos, redes de medios controlados desde Moscú, explotación de miedos sobre soberanía y economía, y ataques informáticos a instituciones públicas. Parte de ello está documentado: el Gobierno moldavo expulsó en 2023 a varios diplomáticos rusos tras detectar transferencias millonarias a campañas prorrusas; Facebook y Meta cerraron decenas de cuentas vinculadas a la troll farm de San Petersburgo; y la UE sancionó a canales y empresarios acusados de alimentar la desinformación.

Pero aquí aparece la paradoja central: estas tácticas no son exclusivas de Moscú. Otros actores emplean estrategias similares cuando sus intereses estratégicos lo exigen:

📌 Estados Unidos

  • Operaciones digitales en Irán y Cuba: el Departamento de Estado financió proyectos como ZunZuneo, una red social clandestina en Cuba (2010-2012) para movilizar a jóvenes contra el régimen.

  • Apoyo informativo en Europa del Este: USAID y NED han financiado medios y plataformas de verificación en Ucrania, Bielorrusia y Moldavia para “fortalecer la sociedad civil”, pero con clara orientación prooccidental.

  • Filtraciones selectivas: el caso de Vault 7 (CIA) mostró programas para infiltrarse en dispositivos y manipular atribuciones de ataques cibernéticos.

📌 Unión Europea

  • Task Force East StratCom: creada en 2015 para contrarrestar propaganda rusa, produce campañas digitales y coordina medios locales para reforzar la narrativa europea en el Este.

  • Fondos para medios afines: subvenciones a plataformas periodísticas en Balcanes y Cáucaso para “luchar contra la desinformación”, muchas veces con línea editorial claramente pro-UE.

  • Campañas de imagen: durante el Brexit y la pandemia, Bruselas impulsó campañas pagadas en redes sociales dirigidas a audiencias jóvenes y segmentos críticos.

📌 China

  • Redes de influencia en redes sociales: spamouflage y ejércitos de cuentas falsas para moldear opinión sobre Hong Kong, Taiwán o Xinjiang.

  • Inversiones mediáticas: compra de espacios en medios africanos y latinoamericanos para publicar contenido de la agencia estatal Xinhua como información local.

  • Ciberespionaje y hackeo político: operaciones vinculadas al grupo APT31 contra legisladores europeos críticos con Pekín.

📌 Turquía y el Golfo

  • Campañas pro-gubernamentales en Europa: Ankara usa bots y campañas de presión sobre la diáspora turca en Alemania y Países Bajos; Arabia Saudí y Emiratos han financiado ejércitos digitales para moldear la narrativa sobre Yemen o el asesinato de Khashoggi.

📌 Casos recientes que cruzan la línea

  • Cambridge Analytica: aunque privada, operó con apoyo político occidental para manipular datos en elecciones de EE.UU., Reino Unido, Kenia o India.

  • Operación “Ghostwriter”: inicialmente atribuida a Rusia, pero investigaciones revelan también uso de técnicas similares por parte de varios servicios de inteligencia europeos en campañas discretas.

Estos ejemplos no equiparan moralmente todos los casos —cada país tiene su contexto y sus límites legales—, pero sí demuestran que la manipulación digital es una herramienta estándar de la política internacional contemporánea.


6. Pensar críticamente ante el ruido informativo

Que Rusia intente moldear la política moldava es un hecho; que sea el único actor que lo hace o que sus métodos sean inéditos, no lo es. La guerra fría digital es un ecosistema competitivo donde todos manipulan el flujo informativo para defender sus intereses. Entenderlo ayuda a no confundir propaganda con realidad y a exigir pruebas antes de aceptar titulares sobre “injerencias”.

Moldavia vota hoy rodeada de relatos interesados. Es el frente visible de una disputa mayor: una república pequeña, situada entre la UE y un vecino ruso hostil, convertida en laboratorio de tácticas de influencia. Pero sería ingenuo pensar que solo Moscú juega esta partida.

Washington no es un mero espectador. Estados Unidos financia desde hace años plataformas de medios y proyectos de “fortalecimiento democrático” en Europa del Este y, en los informes de referencia de Akamai y Check Point, figura de forma constante entre los principales focos del tráfico de ataques y también entre los países más afectados por ciberincidentes a escala global (la relación exacta varía por métricas y periodos). Además, en 2022 el Pentágono ordenó una revisión interna tras la retirada por parte de Meta y Twitter de redes de cuentas falsas vinculadas a operaciones de influencia pro-EE. UU.; y en 2024 Reuters destapó una campaña encubierta para desacreditar la vacuna china en terceros países, reconocida luego como un “error” por Defensa. Estos hechos confirman que la propaganda y la influencia digital tampoco son patrimonio exclusivo de Rusia. 

Bruselas tampoco es solo árbitro. La UE mantiene desde 2015 la East StratCom Task Force y su proyecto EUvsDisinfo, que compilan y combaten narrativas prorrusas con campañas, bases de datos y coordinación con medios locales; su repositorio supera ya miles de casos documentados y la propia EEAS ha institucionalizado herramientas contra la FIMI (Foreign Information Manipulation and Interference). Desde dentro se concibe como defensa del espacio informativo europeo; desde fuera, algunos lo leen como comunicación estratégica con fuerte carga política. Sea como fuere, es otra prueba de que todos los grandes agentes compiten activamente en el terreno informacional. 

Creer que solo los rusos están haciendo información y desinformación es una simplificación que favorece precisamente a quienes dominan la guerra fría digital: convierte al ciudadano en público pasivo, fácil de arrastrar por el relato del bando que mejor maneje la propaganda. Por eso, frente al ruido, conviene mantener la desconfianza activa: pedir evidencias, preguntarse a quién beneficia cada acusación y aplicar el mismo estándar crítico a adversarios y aliados. Hoy el frente está en Moldavia; mañana puede desplazarse a cualquier otra parte... y lo hará.

Conclusión

Por eso, frente al ruido informativo, conviene mantener la desconfianza activa: exigir pruebas, preguntarse a quién beneficia cada acusación y aplicar el mismo estándar crítico tanto a adversarios declarados como a aliados autoproclamados. Solo así se evita ser pieza dócil en un tablero que hoy tiene en Moldavia su escenario, pero que mañana puede desplazarse a cualquier otra democracia vulnerable.

Además, no conviene olvidar la lección de la Guerra Fría anterior: muchas de sus batallas no se libraron solo con misiles, sino con relatos que, con el tiempo, se solidificaron como verdad histórica. Relatos de propaganda occidental han terminado convertidos en "hechos” incontrovertibles. Cuando los vencedores dominan el relato, ese relato termina desplazando al dato. En este sentido, nuestra visión del pasado reciente está contaminada por décadas de guerra informativa y apenas empezamos a calibrar hasta qué punto.

Aceptar hoy sin crítica la narrativa única de una nueva guerra fría digital es arriesgarse a repetir el mismo error: confundir el relato del poder con la realidad. Si algo nos enseñan Moldavia y el presente, es que la primera defensa frente a la injerencia —venga de donde venga— es la lucidez de quienes consumen y difunden la información.

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