Un mes, trece puntos y un país en contra: el laberinto electoral de Milei


La elección legislativa del pasado domingo, 7 de septiembre, en la provincia de Buenos Aires han marcado un punto de inflexión en la política argentina. El peronismo, reunido bajo el sello Fuerza Patria, se impuso con un 47 % de los votos frente al 34 % de La Libertad Avanza (LLA), es decir, una diferencia de 13 puntos que Javier Milei difícilmente pueda compensar en las elecciones nacionales del 26 de octubre.

El mapa político argentino

Para comprender el impacto de los comicios bonaerenses de septiembre es necesario, antes que nada, ubicar el resultado dentro del mapa político argentino. Ese mapa se caracteriza por una fuerte segmentación territorial del voto, donde cada fuerza encuentra zonas de hegemonía y otras de debilidad:

  • Buenos Aires y el norte del país: hegemonía peronista.
    El conurbano bonaerense concentra el 40 % del padrón nacional y es el núcleo duro del peronismo, apuntalado por redes sindicales, movimientos sociales y una larga tradición política. A esto se suma el Norte Grande (NOA y NEA), donde el peronismo y los partidos provinciales afines suelen alcanzar mayorías cómodas.

  • Córdoba y Mendoza: feudos de La Libertad Avanza.
    Córdoba, históricamente refractaria al kirchnerismo, y Mendoza, con fuerte impronta antiestatista, se han consolidado como los distritos donde Milei obtiene sus mejores resultados. Son el núcleo duro libertario, aunque su peso demográfico (12–13 % del electorado nacional) no compensa al de Buenos Aires.

  • Santa Fe y la Capital Federal: territorios en disputa.
    En Santa Fe, el voto se divide entre el interior agroexportador más cercano a Milei y el peronismo urbano en Rosario y su área metropolitana. En la Ciudad de Buenos Aires predomina un escenario multipartidario con competencia entre radicales, PRO, peronismo y libertarios.

  • La Patagonia: un voto más volátil.
    En provincias como Neuquén, Río Negro o Santa Cruz pesan los liderazgos provinciales y el voto tiende a variar según coyunturas económicas y sociales, sin una hegemonía nacional establecida

Resumiendo: Si la Provincia de Buenos Aires concentra alrededor del 40 % del padrón nacional, el 60 % restante se reparte entre:
  • Ciudad de Buenos Aires (CABA): ~8 %.

  • Córdoba: ~8–9 %.

  • Santa Fe: ~8 %.

  • Mendoza: ~4 %.

  • Resto del país (Norte Grande, Patagonia y provincias medianas como Entre Ríos, Tucumán, Salta, San Juan, etc.): ~30–32 %.

Este mosaico de fuerzas explica por qué el resultado bonaerense es tan decisivo: en un país electoralmente fragmentado, quien logra imponerse en Buenos Aires arranca con una ventaja estructural enorme frente al resto de los contendientes.

El peso decisivo de Buenos Aires

Como hemos visto, la provincia de Buenos Aires concentra alrededor del 40 % del electorado nacional. Este dato, por sí solo, la convierte en el distrito más determinante de cualquier elección en Argentina. Ningún otro territorio se le aproxima: Córdoba, segunda en importancia, apenas ronda el 8–9 % del padrón; Santa Fe y la Ciudad de Buenos Aires oscilan en torno al 8 % cada una; Mendoza, en cuarto lugar, representa poco más del 4 %.

Esto significa que una derrota amplia en Buenos Aires tiene un efecto aritmético inmediato:

  • Una diferencia de más de diez puntos en este distrito equivale, en volumen de votos, a ganar por veinte puntos en Mendoza o por quince en Córdoba.

  • Incluso sumando ambos feudos libertarios (Córdoba y Mendoza), su peso combinado no supera el tercio del electorado bonaerense.

La centralidad bonaerense no es solo demográfica, sino también política y mediática. Allí se concentran los principales conglomerados urbanos e industriales, el conurbano como núcleo del poder sindical y social, y buena parte de la agenda que ordena la política nacional. Ganar en Buenos Aires no garantiza el triunfo a nivel país, pero perder allí por una diferencia de dos dígitos suele ser un lastre insalvable.

No hay que olvidar que el propio ascenso de Javier Milei a la presidencia en 2023 fue posible gracias a un resultado sorpresivamente fuerte en la provincia de Buenos Aires. Aunque no logró ganarla, consiguió reducir la brecha histórica que separaba a las fuerzas opositoras del peronismo en ese distrito. Esa capacidad de achicar diferencias en el corazón electoral del país le permitió compensar con sus victorias en Córdoba, Mendoza y distritos del interior. En otras palabras, Milei llegó al gobierno porque logró ser competitivo en el territorio donde se define, más que en ningún otro, la política argentina. La derrota amplia de 2025 revela justamente lo contrario: que esa base mínima de competitividad bonaerense se ha erosionado, y con ella se tambalea la viabilidad nacional de su proyecto.

Octubre: un escenario cuesta arriba

A un mes de las elecciones legislativas, el panorama para Javier Milei es sumamente complicado. La experiencia electoral argentina muestra que, en contextos de fuerte polarización como el actual, las campañas apenas mueven tres o cuatro puntos. La razón es sencilla: el electorado llega con posiciones consolidadas y el margen de votantes indecisos es cada vez más estrecho. En este tipo de escenarios, la campaña no suele convencer masivamente a quienes ya se inclinan por otra opción, sino más bien activar a los propios para que efectivamente vayan a votar. Esto significa que, aun desplegando una estrategia agresiva, el oficialismo solo puede aspirar a recuperar un puñado de puntos, insuficientes para remontar una derrota de trece en el distrito más poblado del país.

Los sondeos en los bastiones libertarios confirman esta dificultad. En Córdoba, Milei conserva un piso respetable de apoyo —cercano al 37 % de intención de voto y con más de la mitad de la población manteniendo una imagen positiva—, pero no logra expandirse más allá de ese núcleo. En Mendoza, su otro feudo, los estudios marcan todavía altos niveles de simpatía, aunque acompañados de un descenso del “apoyo duro” y un crecimiento del voto indeciso. Incluso allí, donde el oficialismo parecía tener terreno seguro, se perciben señales de desgaste.

A esto se suma la erosión de su popularidad a nivel nacional. Tras el escándalo de las coimas y el impacto del ajuste económico, su aprobación ronda el 39 % y la desaprobación ya supera el 50 %. El Índice de Confianza en el Gobierno se desplomó más de un 13 % en agosto, y las encuestas reflejan un electorado cada vez más crítico. En otras palabras, Milei enfrenta octubre con su capital político debilitado no solo en territorios históricamente adversos, como Buenos Aires, sino también en los espacios que lo llevaron a la presidencia. Con tan poco tiempo por delante y con el peronismo unificado, la elección bonaerense se convierte en un verdadero plebiscito sobre su gestión y anticipa un Congreso donde el oficialismo perderá aún más margen de maniobra..

Conclusión

La elección bonaerense no fue solo una contienda provincial: fue una advertencia nacional. En un país donde casi cuatro de cada diez votantes residen en Buenos Aires, un revés de trece puntos anuncia un octubre muy difícil para Milei. Córdoba y Mendoza pueden sostener su condición de feudos libertarios, pero no bastan para revertir la tendencia.

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