Profundizando en el mito de la baja productividad de la economía española


Cada vez que se plantea reducir la jornada laboral en España, surge el mismo argumento: “no se puede, porque la productividad es demasiado baja”.

Y es cierto que la productividad española no lidera Europa. Según Eurostat (2023), la productividad por hora trabajada en España equivale al 95% de la media de la UE-27. Está por debajo de Alemania o Francia, pero por encima de Italia, Portugal y Grecia.
La baja productividad es, por tanto, un problema del sistema, no del trabajador: influye el peso de sectores de bajo valor añadido (turismo, construcción), la fragmentación empresarial (94% microempresas), la baja inversión en I+D (≈1,4% del PIB frente al 2,3% de la media UE) y la débil transferencia universidad–empresa.

Sin embargo, en el debate público se tiende a personalizar la responsabilidad en los empleados, como si fueran ellos los que “no rinden lo suficiente”. No es raro escuchar a la CEOE afirmar que “España no puede reducir la jornada laboral porque nuestros trabajadores producen menos que en otros países”, o que reducirla “nos alejará aún más de las referencias europeas”. El propio presidente de la patronal, Antonio Garamendi, ha señalado que la productividad por ocupado ha caído desde 2019 en comparación con la UE.

De ahí nace una imagen muy extendida: una economía formada por empresarios modélicos e innovadores frente a trabajadores absentistas e improductivos. Nada más lejos de la realidad.

Porque dentro de este panorama, las víctimas han sido sobre todo los trabajadores:

  • La renta salarial ha perdido peso en el PIB: en 2022 equivalía al 46%, frente al 54% de la media de la UE (Eurostat).

  • Los salarios reales llevan más de una década prácticamente estancados, según el Banco de España y la OCDE.

En cambio, los beneficios empresariales están por encima de la media europea: el excedente bruto de explotación representa en España en torno al 42% del PIB, frente al 39% de la UE (Eurostat).

¿Se reinvierten esos beneficios en mejorar la productividad? La respuesta es no.

  • El gasto empresarial en I+D es bajo: apenas un 0,7% del PIB, la mitad de la media europea (Eurostat, 2023).

  • Según el Banco de España, una parte significativa de los beneficios empresariales se canaliza hacia inmobiliario o activos financieros, no hacia innovación ni capital humano.

  • En comparación internacional, el peso de la inversión en intangibles (software, know-how, formación) es reducido (OCDE, 2022).

En otras palabras: los beneficios se convierten en riqueza personal del empresario, no en productividad colectiva de la economía. Mientras tanto, los salarios pierden peso y la productividad permanece estancada.

Y aquí está el verdadero núcleo del problema: la economía española no se sostiene sobre un equilibrio justo entre capital y trabajo, sino sobre un modelo que extrae valor del salario y lo convierte en beneficio sin retornarlo al proceso productivo.

  • Dicho en clave marxista, se trata de una explotación intensiva de la plusvalía: el empresario captura el excedente generado por el trabajador y lo desvía hacia su propia riqueza.

  • Dicho en lenguaje institucional o económico convencional: España reparte más renta al capital que al trabajo y reinvierte menos en innovación que la media europea.

En definitiva, el gran engaño de la economía española se sustenta a costa de los trabajadores: no hay mejoras salariales ni avances como la reducción de jornada porque se apela constantemente a la “baja productividad”, pero en realidad nada se hace para mejorarla de verdad. No interesa. La productividad funciona así como un argumento defensivo, una coartada para contener cualquier incremento de la participación de los salarios en la riqueza nacional. ¿Para qué mejorar?

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