El espejismo del control: Europa se sanciona a sí misma en la guerra tecnológica


La nacionalización de Nexperia revela una Europa que confunde soberanía con autolesión: el gesto político sustituye a la estrategia industrial.

En octubre de 2025, el gobierno neerlandés anunció una medida inédita: la intervención de Nexperia, un fabricante de semiconductores con sede en Nijmegen y propiedad del grupo chino Wingtech Technology.
Amparado en la Goods Availability Act, el Estado asumió el control temporal de la empresa alegando “deficiencias graves de gobernanza” y “riesgo para la seguridad nacional”.

En apariencia, fue un acto de soberanía: proteger un activo estratégico frente a la penetración china.
En la práctica, fue otro episodio del espejismo occidental de control: sancionar lo que ya no se domina.

Una decisión legal, pero no real

La ley invocada permite intervenir empresas cuya actividad sea esencial para la seguridad económica o el suministro de bienes críticos.
Fue la primera vez que se aplicó en el sector tecnológico neerlandés.

Pero Nexperia no fabrica chips de inteligencia artificial ni componentes militares: produce los semiconductores discretos —diodos, transistores, MOSFETs— que hacen funcionar los sistemas eléctricos y electrónicos de la industria moderna.
El 70 % de su empaquetado y test se realiza en China; su papel en la cadena global es tan básico como imprescindible.

No había indicios de espionaje, fuga de tecnología ni incumplimiento normativo.
Había, en cambio, miedo político: la sospecha de que toda presencia china en sectores tecnológicos es potencialmente hostil.

El argumento de la seguridad nacional presupone que hay algo que proteger. Pero el conocimiento para fabricar estos componentes reside en Dongguan, no en Nijmegen. La planta neerlandesa es un nodo logístico-comercial, no un centro de innovación. Invocar el espionaje aquí es como custodiar una fotocopia cuando el original está en manos ajenas.

Más aún: el flujo de conocimiento, si existe, va de Este a Oeste, no al revés. Wingtech podría replicar toda la operación europea sin perder capacidad técnica; Europa no puede hacer lo mismo con la operación china.

La decisión fue jurídicamente sólida, pero carecía de fundamento material.
Era una reacción preventiva a un peligro abstracto, tomada más por ansiedad geopolítica que por evidencia.


El precio del gesto

El resultado fue inmediato.
China respondió con restricciones a las exportaciones desde las plantas de Wingtech en Dongguan, y la cadena de suministro europea comenzó a resentirse.

Fabricantes como Volkswagen y Volvo advirtieron de posibles paradas de producción ante la falta de chips discretos.
Las asociaciones de la industria automotriz alemana y europea (VDA, ACEA) pidieron una solución urgente para evitar un colapso de líneas enteras.
Los chips de Nexperia representan alrededor del 20 % del suministro europeo en su segmento.

Lo que debía reforzar la “seguridad tecnológica” terminó amenazando el corazón mismo de la industria europea: su capacidad productiva.
La paradoja es elocuente: Europa interrumpe su propio suministro para demostrar que puede protegerlo.

El gesto simbólico —recuperar el control— se impone a la realidad económica —depender de un ecosistema global que ya no se controla—.

La confusión entre soberanía y aislamiento

El caso Nexperia refleja una confusión estructural de la política occidental: creer que “proteger” significa “cerrar”.
Durante décadas, la competitividad europea se apoyó en cadenas de valor distribuidas: investigación en Alemania, diseño en los Países Bajos, ensamblaje en Asia.
Esa interdependencia funcionó mientras se creyó que el poder político seguía residiendo en Occidente.

Hoy, cuando la manufactura y la innovación se han desplazado hacia el Este, los gobiernos reaccionan como quien pierde el timón y golpea el agua para demostrar que todavía manda.

Pero la autonomía no se recupera con decretos.
No se puede aislar una cadena de suministro sin tener antes una alternativa viable.
Europa no tiene fábricas de empaquetado suficientes, ni capacidad para reemplazar en meses la producción asiática.
Por eso, cada gesto de independencia se convierte en un recordatorio de dependencia.

Estados Unidos marca la partitura, Europa paga la orquesta

Nada de esto ocurre en el vacío.
La intervención en Nexperia siguió el patrón marcado por Washington: usar el argumento de la seguridad nacional para frenar la expansión tecnológica china.
Lo vimos antes con ASML, el fabricante neerlandés de máquinas de litografía avanzada, presionado por EE. UU. para prohibir exportaciones a China,
y también con el precedente de Newport Wafer Fab en el Reino Unido (2022), cuya venta a una firma china fue revertida por motivos similares.

Países Bajos actúa así dentro de una estrategia que no define, pero que interioriza como reflejo de obediencia atlántica.
El problema es que, a diferencia de Estados Unidos, Europa no controla los eslabones esenciales del valor tecnológico: ni el diseño, ni la inversión, ni la manufactura.

El resultado es un nuevo reparto tácito de roles:
EE. UU. dicta la línea, Europa asume el coste, y China reorganiza el mapa productivo para adaptarse.
El sueño de “autonomía estratégica” acaba siendo un eufemismo de subordinación.

La política del siglo pasado en la economía del siglo XXI

Detrás del caso Nexperia hay una idea vieja: la de que el poder consiste en poseer y controlar.
Pero en la economía de las redes, el poder reside en intercambiar y coordinar.

Las sanciones, los vetos y las nacionalizaciones ya no son instrumentos de dominio, sino síntomas de impotencia —
salvo cuando forman parte de una estrategia industrial coherente, que aquí brilla por su ausencia.

El sistema mundial no funciona por bloques, sino por flujos.
Quien interrumpe un flujo, se aísla.

China, India y buena parte del Sudeste Asiático no están en una guerra ideológica con Occidente: están produciendo, ensamblando y comerciando entre sí.
Europa, en cambio, actúa como si el mapa de 1991 siguiera vigente, aferrada a la idea de que puede “decidir” el destino de industrias que hace tiempo emigraron.

El espejismo del control

El caso Nexperia es una radiografía del desfase civilizatorio occidental.
Europa sanciona, expropia o prohíbe como si el poder residiera aún en Bruselas, Berlín o La Haya, cuando la realidad material de ese poder —la capacidad de producir— se encuentra ya en otro lugar.

No es la “invasión” china lo que amenaza a Europa, sino su incapacidad para comprender el nuevo orden industrial.
El mundo se mueve, no espera.
Y cada vez que Occidente intenta detenerlo, solo confirma su desconexión.

La historia no la escriben quienes sancionan, sino quienes fabrican. En el siglo XXI, el poder no consiste en cerrar fronteras, sino en mantener abiertas las líneas de producción.

Nexperia es la prueba: un intento de proteger Europa que ha terminado por exponerla.


Fuentes consultadas:
Financial Times, Reuters, South China Morning Post, The Guardian, ACEA y VDA (octubre 2025).

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