El silencio de un hombre decente
Jeffrey Sachs fue acusado de mentiroso por señalar que Occidente saboteó las negociaciones de paz en Ucrania y quebró sus propias promesas sobre la expansión de la OTAN. Pero los hechos, desde el engaño de Minsk hasta la confesión de Merkel y los documentos de 1990, le dan la razón. Su silencio, frente al ruido moralista de la política europea, es hoy la forma más digna de resistencia.
El silencio de Jeffrey Sachs no es el del miedo ni el de la confusión: es el de quien comprende que, a estas alturas, las palabras ya no bastan. Es el silencio de un buen hombre superado por el depravado espectáculo de lo peor de la mercenaria y corrupta política europea.
En el plató de Piazzapulita, el economista estadounidense fue interrumpido una y otra vez por el senador italiano Carlo Calenda, que acabó acusándolo de mentiroso. El motivo: haber sostenido que las negociaciones entre Rusia y Ucrania fueron saboteadas por Occidente y que la expansión de la OTAN fue una provocación que condujo a la guerra.
Pero los hechos no desmienten a Sachs. En marzo y abril de 2022, Financial Times, Ukrainska Pravda y Foreign Affairs informaron de negociaciones reales en Estambul entre delegaciones rusas y ucranianas. Aquellas conversaciones avanzaban hacia un acuerdo de neutralidad de Ucrania con garantías internacionales. Todo se detuvo tras la visita a Kiev del entonces primer ministro británico Boris Johnson el 9 de abril de 2022: según fuentes ucranianas, transmitió que “Occidente no estaba dispuesto a un acuerdo con Putin”.
Tampoco es falso que la expansión de la OTAN haya sido una línea roja advertida durante décadas por los propios estrategas estadounidenses. Desde George Kennan hasta William Perry, pasando por Jack Matlock o Henry Kissinger, todos alertaron que extender la Alianza hacia el Este sería percibido por Moscú como una amenaza directa y conduciría, tarde o temprano, a un conflicto.
Más aún: la promesa de “no expandir la OTAN ni una pulgada hacia el Este”, formulada en 1990 por James Baker a Mijaíl Gorbachov durante las negociaciones sobre la reunificación alemana, está documentada en memorandos y cables diplomáticos desclasificados por el National Security Archive. Aunque Washington negó luego su validez formal, la intención política fue clara, y Moscú la interpretó como un compromiso traicionado.
También es un hecho —reconocido por Angela Merkel y François Hollande— que los Acuerdos de Minsk nunca se concibieron como un camino real hacia la paz, sino como una forma de dar tiempo a Ucrania para rearmarse. “No teníamos la intención de aplicarlos”, admitió Merkel en 2022, una confesión que convierte a la diplomacia europea en cómplice del engaño que prolongó la guerra que decía querer evitar.
Sachs no inventa nada: recuerda lo que los propios protagonistas han dicho. Calenda, en cambio, responde con el reflejo pavloviano de la política europea actual: llamar “propagandista del Kremlin” a quien introduce un matiz. Es el gesto automático de un continente que ya no discute, solo denuncia. Que sustituye el análisis por el alineamiento, la razón por la consigna. Llamar “mentiroso” a quien recuerda lo incómodo se ha convertido en la forma más rápida de exhibir lealtad.
El silencio de Sachs, entonces, no es resignación. Es un gesto moral. Es el silencio del hombre decente que sabe que el diálogo se ha vuelto imposible, que la política europea ya no busca la verdad sino la obediencia. Un silencio que denuncia más que cualquier palabra: el ruido ensordecedor de una clase dirigente que ha hecho de la subordinación su única identidad.
Europa asiste a su propio espectáculo con la misma mezcla de cinismo y fatiga con que observa una tragedia ajena. Mientras tanto, los que aún se atreven a hablar —o a callar con sentido— se vuelven extraños en casa.
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