Bach, Mozart, Haendel... Grandes clásicos pasados por el tamiz de Richar Cleyderman suenan en los trenes de cercanías madrileñas. El resultado es un inquietante aroma a frenopático, a "mundo feliz" interpretado por Mel Brooks. Los últimos nazis que quedan se dedican a programar el hilo musical. Prefiero el silencio.
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Como si hubiese cometido el más grande de los olvidos, o hubiera resultado gravemente herido por un disparo invisible, cierra los ojos. Son las nueve de la mañana y con manos heladas el mundo vuelve a manosearle el alma con sus maneras desconsideradas, destempladas de siempre. Cierra los ojos. Respira profundamente. Toma aire para sumergirse desesperadamente en su propia oscuridad. Imágenes grises, palabras abrupramente pronunciadas mientras aprusaradamente se llega con la hora justa a todas partes. Necesita imaginar. Necesita soñar. Desplegar sus propias alas y volar lejos, muy lejos aunque sólo sea un instante, escapar.
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"Y es locura esperar que el propio destino nos arme alguna vez contra él suficientemente. Hemos de combatirlo con nuestras propias armas.... Cada cual está bien o mal según se sienta él. No es feliz aquel del que lo creemos sino aquel que lo cree de sí mismo. Y sólo así se hace la creencia verdad y realidad. El destino no nos causa ni bien ni daño alguno; sólo nos ofrece la materia y la semilla que nuestra alma, causa y dueña única de su condición feliz o desventurada y más poderosa que él, modela y aplica como le place" (Ensayos, Michel de Montaigne)
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Quizá, lo extraño sea encontrarse y lo normal sea permanecer perdido, por el mundo, entre las personas y las cosas, sintiendo una mayor o menor ausencia de ese uno mismo que nos aguarda en cualquier recodo del camino. Seguramente, lo importante sea la absoluta capacidad de reconocernos en ese poco probable encuentro y sentir en esos ojos hermanos que nos miran, en esa sonrisa íntima que como un puente se nos tiende, la arrebatadora sensación de haber encontrado definitivamente. Y después, absolutamente, el valor de atreverse a ser por encima de todos los miedos, contra todo riesgo, cabalgando valerosamente contra los cañones del tiempo, colina arriba, hasta el infierno si fuera preciso.
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UN BUEN AÑO Ya he visto antes esta nueva película de Ridley Scott. Su planteamiento no es nada original. Un hombre que en apariencia es un triunfador, correctamente interpretado por el habitualmente genial Russell Crowe, se encuentra y descubre que su lugar en el mundo está en un pequeño "chateau" de la Provenza francesa. Y si el planteamiento, no es nada original la resolución tampoco... porque todos sabemos como termina esta historia. No obstante, y aunque ya la había visto antes, tengo que decir que no me importó volver a verla. Seguramente, porque me gustan las historias de personajes perdidos que terminan por encontrarse a si mismos en un entorno que les llama y que parece estar hecho para ellos mismos. El mito del paraíso perdido recobrado siempre a través de las más profundas emociones sobrevenidas, en este caso, bajo los rayos de un perezoso sol Provenzal. En este sentido, "Un buen año" reproduce fielmente las claves de este improbable género cinematográfico...