Un plan sin Rusia no es un plan: por qué el “marco reducido” lo tiene difícl

Occidente lo celebra, Kiev lo acepta… pero Moscú ni siquiera lo reconoce. Un acuerdo que excluye al vencedor es un papel sin poder y otra manera de seguir haciendo la guerra.

El “marco reducido” se presenta como un avance diplomático histórico, pero su debilidad es estructural: fue diseñado sin Rusia. Y un plan redactado entre Washington y Kiev, sin participación del actor que controla el terreno, no es un plan de paz sino un deseo occidental sin viabilidad estratégica. Aquí se explica, con precisión, por qué.

En las últimas semanas, varios medios occidentales han presentado el llamado “marco reducido” —una versión recortada del plan de paz de 28 puntos negociado entre Estados Unidos y Ucrania— como un avance diplomático histórico. Kiev lo habría aceptado. Washington lo describe como un “marco refinado”. Europa duda en silencio.

Pero hay un hecho irreductible: Rusia no ha hablado.

Y sin Rusia no hay tratado, ni proceso, ni paz posible.

Las declaraciones oficiales, la doctrina constitucional rusa, los precedentes diplomáticos y la correlación militar actual van todas en una misma dirección: el plan nace muerto por su procedimiento, no por su contenido.

1. El silencio ruso no es vacío: es una negación estratégica

Las posiciones del Kremlin son inequívocas:

  • Dmitri Peskov: “Rusia no ha recibido ningún documento oficial” sobre un plan de paz estadounidense.
  • Maria Zakharova: “No tenemos constancia formal del plan”.

Moscú afirma no haber sido informado de las modificaciones realizadas por Ucrania y países europeos.

Rusia conoce la existencia del documento. Lo que niega es haberlo recibido por los canales diplomáticos que otorgan legitimidad.

Si no llega oficialmente, no existe diplomáticamente. Ese es el punto.

2. Procedimiento es poder: la razón real del rechazo

El “marco reducido” es un diseño bilateral entre Washington y Kiev. Rusia no participó. No fue consultada. No estuvo en la mesa.

Aceptar un acuerdo así implicaría asumir que:

  • Estados Unidos actúa como autoridad tutelar del conflicto.
  • Rusia es una parte subordinada.
  • La arquitectura de seguridad europea se define sin Moscú.

Para la doctrina de política exterior rusa, la negociación solo existe si hay paridad procedimental. Si Rusia no es coautora, el plan carece de legitimidad.

Ninguna potencia —ni EE.UU., ni China, ni Rusia— acepta acuerdos diseñados unilateralmente por sus adversarios. Moscú no será la excepción.

3. La paradoja del contenido: concesiones amplias, veto jurídico absoluto

El contenido del plan incluye concesiones importantes que satisficieron históricamente demandas rusas, según fuentes como El País, UnoTV, SwissInfo o Ex-Ante:

  • Renuncia explícita de Ucrania a entrar en la OTAN.
  • Reducción severa de las Fuerzas Armadas ucranianas.
  • Reconocimiento de facto del control ruso sobre Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
  • Propuesta de levantamiento gradual de sanciones e incluso una posible reintegración de Rusia al G8.

Sobre el papel, sería el plan occidental más favorable para Rusia desde 2022.

Pero contiene un error letal: el reconocimiento territorial es de facto, no de iure.

La Constitución de la Federación Rusa establece:

  • que los territorios incorporados tienen estatus federal permanente,
  • que la soberanía rusa es innegociable,
  • y que su pertenencia no puede estar sujeta a condiciones externas.

Para Moscú, un reconocimiento “de facto” es una trampa que deja abierta la puerta a una futura reversión territorial. Solo un reconocimiento legal, permanente y explícito es aceptable.

4. Las cláusulas de control occidental vuelven el plan tóxico para Moscú

El documento incluye:

  • supervisión internacional de zonas sensibles,
  • sanciones automáticas ante supuestos incumplimientos,
  • garantías de seguridad dirigidas por Estados Unidos.

Para Rusia, es un marco de tutela, no de paz.

Supone aceptar:

  • una victoria condicionada bajo vigilancia occidental,
  • una posición de sospechoso permanente,
  • y un sistema en el que Occidente actúa como juez y parte.

Rusia no acepta victorias “supervisadas”.

5. La correlación de fuerzas en el terreno favorece la inacción rusa

Según RTVE y análisis independientes:

  • Rusia mantiene la iniciativa en frentes clave, como Kupiansk y Chasiv Yar.
  • Consolida terreno de forma constante, con fases de ruptura en las que asegura cientos de km² en pocos días.
  • Su producción militar supera la capacidad de reposición ucraniana.
  • Su logística es estable.

Y según el Real Instituto Elcano:

  • Ucrania depende críticamente del apoyo militar, logístico e informativo estadounidense.
  • Esa dependencia es política y vulnerable a ciclos electorales.

Cuando un actor va ganando, rechaza cualquier marco que lo coloque bajo supervisión extranjera. El tiempo juega a favor de Moscú.

6. Estambul 2022: la herida que explica todo el resto

En abril de 2022, Rusia y Ucrania estuvieron cerca de un acuerdo en Estambul. Fuentes turcas, israelíes y rusas coinciden en que:

  • el acuerdo estaba prácticamente cerrado,
  • y fue bloqueado por Estados Unidos y Reino Unido para prolongar la guerra.

Washington lo niega. Pero para Rusia, la consecuencia es evidente: Occidente prefiere prolongar la guerra antes que aceptar una solución que no implique la derrota rusa.

Ese precedente destruyó la confianza mínima necesaria para cualquier negociación supervisada por EE.UU.

Desde entonces, Moscú sostiene una regla simple: si el proceso no es tripartito desde el inicio, no es proceso.

Conclusión: un plan sin Rusia no es un plan

  • El plan es favorable para Rusia en su contenido.
  • Es inaceptable por su procedimiento.
  • El reconocimiento territorial “de facto” es jurídicamente inválido.
  • La correlación militar desincentiva la negociación.
  • El precedente de Estambul elimina la confianza rusa.

Por eso Moscú guarda silencio: no es indecisión, es una respuesta.

Mientras el procedimiento no incorpore a Rusia como coautora y no exista reconocimiento legal de los territorios, este plan seguirá siendo lo que es: un deseo occidental envuelto en papel diplomático.

Los deseos no firman tratados. Las potencias sí. Y Rusia no firma lo que no ha escrito.

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