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Vivir es fácil con los ojos cerrados

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Es encomiable el esfuerzo de David Trueba por abrir en el corazón de la España del desarrollismo franquista un espacio para la escapada, un espacio que se materializa por el punto de fuga que siempre supone una carretera. De eso, los americanos saben mucho: lo beat y lo contracultural tienen en la carretera uno de sus templos en los que celebrar una eterna ceremonia de búsqueda y escapatoria hacia una vida vivida en claves diferentes de las utilizadas en los lugares que se abandonan. Dentro de este planteamiento, el viaje es el lugar de la potencialidad, de la esperanza, donde sucede el eterno retorno del deseo que quizá se materialice tras la siguiente curva, en la próxima parada. En este sentido, el viaje se convierte en el verdadero lugar de la libertad, el espacio donde se sueña y se construye ese destino al que se pretende llegar. Después de todo la certeza de poder llegar siempre es menor a la de estar simplemente yendo. Ya decía Kavafis, un poeta griego, un poeta de...

EL PROCESO

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Hay dos dimensiones fundamentales en la personalidad del genial Orson Welles. Por un lado su más que evidente e incuestionable genialidad y por otro la también más que evidente e incuestionable necesidad de escenificar esa genialidad. Como se dice que Julio César decía de la mujer romana, para Welles no era suficiente con ser un genio también era esencial parecerlo y en este sentido todo lo que rodea a este genial creador está cargado de un planteamiento excesivo que es un elemento esencial del sello de denominación de origen de la marca Welles. El barroquismo que rodea a Welles, la sofisticada puesta en escena que hacía de sí mismo y de sus proyectos, la elaborada composición de cada plano, los complejos y heterodoxos tiros de cámara tienen para mi su origen en una inevitable necesidad de epatar, en una ineludible obligación de estar a la altura de una leyenda propia que convertía el talento no en un medio sino en un fin. En este sentido cada obra de Welles es un elemento m...

HELL ON WHEELS

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De no ser porque se trata de un acontecimiento histórico y el ferrocarril transcontinental que cruzaba los Estados Unidos de costa a costa terminó construyéndose en 1869 con el encuentro en Utah de las cuadrillas de las dos compañías, uno pensaría en el final de la tercera temporada de "Hell on wheels" que la cosa está muy chunga. Los problemas se acumulan a nuestro héroe, el macho alfa Cullen Bohannon. Tan pronto tiene que vengar a los asesinos de su familia o defenderse de aquellos que buscan venganza como consecuencia de su venganza, como tiene que enfrentarse a los indios o evitar que sus hombres mueran de sed o malaria en la pradera o defenderse de los fanáticos mormones o poner en orden entre la diversidad de credos y razas que componen sus trabajadores o enfrentarse en las luchas de poder por el control accionarial de la compañía o resolver las mil y una consecuencias de los turbios manejos en los que el ambicioso y corrupto Thomas Durant está implicado. Hay de ...

Innisfree

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En 1888 el gran poeta irlandés Yeats publicó un poema llamado Lake Isle of Innisfree en el que expresaba con su habitual melancólico sentido de la belleza el deseo de regresar a un lugar paradisiaco, convertido en la encarnación ideal del hogar, del lugar al que regresar. Imagino que en el brumoso y cosmopolita Londres victoriano, Yeats idealizaría su Irlanda natal convirtiéndola en una arcadia de paz y tranquilidad, lo opuesto a la diaria lucha por la supervivencia en la por entonces capital del mundo. Y del mismo modo que Yates muchos irlandeses, que siempre fueron pobres pero cultos, entendieron este poema del mismo modo, haciéndolo suyo como una especie de segundo himno de una nación que fue patria de emigrantes por antonomasia. Formando parte de esa corriente migratoria que llevó a muchos irlandeses a los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, llegaron los Feeney a Maine. Uno de sus hijos, John Pactrick, acabaría siendo John Ford, uno de los más grandes directo...

El juego de Ender

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Publicada en la década de los ochentas, ganadora de los premios más prestigiosos de la ciencia ficción, el Hugo y el Nebula, "El juego de Ender" fue en su momento todo un acontecimiento literario. Su autor, mormón y más que conservador, Orson Scott Card -un tipo por el que no se si estaría dispuesto a morir para defender que pueda expresar sus ideas- construyó un planteamiento narrativo más que inteligente. Sobre el imaginario de la literatura infantil, esa literatura infantil que contrapone el mundo de los niños al de los adultos mostrando la necesidad que el segundo tiene de la excepcionalidad del primero, Card superpuso una capa que, con intuición visionaria, invocaba el incipiente imaginario de los juegos de ordenador. La fantasía se realizaba. La verdad virtual del juego se convertía en real y el aparentemente inocente e improductivo juego se convierte en la mejor y más eficiente manera que los adultos encuentran para resolver problemas acuciantes y reales, en...

Una cuestión de tiempo

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Se deja ver bien la última película de Richard Curtis, pero hasta un cierto momento. Luego, no me produce otra cosa que rechazo. El indudable talento del neozelandés para abordar con inteligente desenfado un genero habitualmente ñoño y repollesco vuelve a brillar en una historia que se basa en un tema de moda en el imaginario cinematográfico de nuestro momento: los viajes en el tiempo. En concreto, Curtis, que como no podía ser de otra forma también ha escrito la película, nos cuenta la historia de Tim, un joven que descubre a través de su padre (interpretado por el gran Billy Nighy con su habitual actitud de desenfado beatnik) que los hombres de su familia pueden viajar en el tiempo. Y la cosa tiene gracia mientras se mantiene en la anecdota, es decir, en el modo en que Tim se las arregla para utilizar ese superpoder para conseguir conquistar la sonrisa de Mary (Rachel McAdams). Hasta ahí bien. Curtis da otra exhibición de su talento para construir personajes estereotipic...
Y al final la nostalgia era ésto: Un desvelado hatillo de carne y hueso apresuradamente improvisado en torno a un cigarrillo que se consume, sorprendido por la arrasadora luz del día en el laberinto de la oscuridad habitual ante la radical indiferencia azul del mar.