Holodomor: Cómo Reagan convirtió una tragedia en un arma ideológica

Un relato nacido en la propaganda nazi y sostenido por el exilio fue convertido en “verdad histórica” por la administración Reagan

Durante décadas, la narrativa del genocidio ucraniano sobrevivió en los márgenes: propaganda nazi, panfletos del exilio, cifras sin corroboración. Fue en los años ochenta, en plena ofensiva ideológica de Reagan, cuando ese relato encontró el poder político necesario para convertirse en memoria oficial. Aquí se cuenta la operación.

La narrativa del Holodomor como “genocidio ucraniano” se ha convertido en un pilar moral de la identidad nacional ucraniana contemporánea y en un arma política en las relaciones internacionales. Pero la genealogía de ese relato —su origen, su consolidación y su función histórica— cuenta otra historia muy distinta: una historia de propaganda, silencios, datos incómodos y una consagración política cuidadosamente sincronizada con la fase final de la Guerra Fría.

En los dos artículos anteriores vimos los extremos de la cuestión:

1. El origen del mito: su fabricación temprana por la propaganda nazi y las redes nacionalistas ucranianas del exilio (OUN-B), que convirtieron una hambruna soviética en un relato étnico deliberado.
2. Los datos reales: la evidencia archivística posterior a 1991, que muestra una tragedia multisectorial y pan-soviética, incompatible con cualquier tesis de intencionalidad étnica.

Este tercer y último artículo completa el cuadro: explica cómo un relato marginal, sostenido durante décadas en comunidades del exilio sin apoyo demográfico ni documental, se convirtió de repente —en 1986-1988— en “verdad histórica” para Occidente.

La respuesta está en un solo nombre histórico: Ronald Reagan.

I. Una genealogía incómoda: del Reich al exilio

La idea del “genocidio ucraniano” no surgió en 1933.
No aparece en documentos soviéticos, ni en la diplomacia extranjera de la época, ni en estudios demográficos posteriores.

Su origen está en los panfletos del Reich y en el nacionalismo integral ucraniano (OUN-B), que desde los años treinta difundió, amplificado por los medios de comunicacion del magnate de la prensa occidental William Randolph Hearst:

- cifras infladas,
- fotografías de otras hambrunas (como la del Volga de 1921),
- y una interpretación racializada del desastre soviético, útil para justificar su propia colaboración con la ocupación nazi.

Tras 1945, esos materiales no desaparecieron.
Migraron a Estados Unidos y Canadá, donde se convirtieron en la base del relato de la diáspora anticomunista. Durante cincuenta años permanecieron en la marginalidad ideológica, esperando —y esto es crucial— una oportunidad política.

II. El silencio soviético y el vacío perfecto

La URSS negó la hambruna durante décadas.
Reprimió el censo de 1937, ejecutó estadísticos, destruyó registros y bloqueó por completo cualquier investigación.

Ese silencio absoluto tuvo un efecto inesperado: las únicas voces accesibles para Occidente fueron las del exilio ucraniano, cargadas de ideología y resentimiento histórico. En ausencia de datos verificables, esas voces ocuparon el espacio disponible.

La Guerra Fría convirtió ese vacío en un terreno fértil: cuanto menos sabíamos de los hechos, más fácil era manipularlos.

III. Lo que muestran los datos: un crimen de Estado, no un genocidio étnico

Tras la caída de la URSS, la apertura de archivos permitió reconstruir la magnitud real de la catástrofe. Y lo que surgió desmiente por completo la tesis étnica.

Como mostré en el artículo “Holodomor: lo que revelan los datos”, la tesis del genocidio ucraniano tropieza con un obstáculo fundamental: no existe el patrón étnico necesario para sostenerla.

Los números son inequívocos:

- La República Socialista Federativa Soviética de Rusia perdió más de 2,3 millones de vidas.
- Las regiones del Volga, Kubán y el Cáucaso Norte fueron devastadas.
- Kazajistán sufrió la destrucción humana proporcional más brutal: entre el 25% y el 40% de su población, la mayor mortalidad relativa de toda la URSS.

Si el objetivo hubiera sido exterminar ucranianos, este dato es inexplicable.

La geografía de la muerte no sigue la frontera étnica ucraniana:
sigue la geografía del cereal soviético.

Para que exista un genocidio étnico, tiene que existir un patrón étnico.
En 1932-33 ese patrón no existió.

Lo que muestran los archivos es un crimen de Estado contra el campesinado —ruso, kazajo, ucraniano—, no un proyecto de exterminio nacional.

Y es precisamente esa ausencia —la falta de un hecho étnico real sobre el que apoyar la narrativa— lo que explica por qué el relato del genocidio tuvo que ser reconstruido medio siglo después en Washington.

IV. Reagan: la resurrección política de un mito útil (1986-1988)

A mediados de los años 80, Reagan necesitaba una narrativa moral absoluta para justificar su ofensiva ideológica contra la URSS. La equiparación URSS = nazismo era una pieza clave de su doctrina.

La narrativa del “genocidio ucraniano” encajaba perfectamente.
Y estaba lista para ser utilizada: tenía drama, tenía víctimas, tenía culpables, pero sobre todo tenía utilidad geopolítica.

La Comisión Reagan (USCUF)

En 1986, el Congreso creó la U.S. Commission on the Ukraine Famine, dirigida por James Mace, un académico ligado a la tesis del genocidio desde antes de iniciar cualquier análisis.

La comisión:

- se basó casi exclusivamente en testimonios del exilio,
- ignoró la evidencia archivística (aún cerrada),
- y redactó una conclusión política prefabricada.

En 1988 proclamó oficialmente que la hambruna fue “un acto de genocidio contra el pueblo de Ucrania”.

Era justo lo que la administración Reagan quería escuchar.

Conquest: el brazo editorial

En paralelo, Robert Conquest publicó The Harvest of Sorrow (1986), un libro construido sobre fuentes del exilio, propaganda temprana y material testimonial sin verificación demográfica.

Tuvo éxito no porque presentara pruebas inéditas —no las había— sino porque convertía en narrativa respetable un corpus ideológico acumulado durante décadas.

V. El giro inesperado: Conquest se desdice

La apertura de archivos en los años 90 cambió el panorama. Ya no había que especular: los datos estaban ahí.

Y entonces ocurrió algo decisivo:
Robert Conquest, el principal arquitecto intelectual del relato genocida, rectificó.

En 2003 admitió:

“No creo que Stalin infligiera la hambruna a propósito.
Pudo haberla prevenido, pero antepuso otros intereses del Estado.”

De un plumazo, abandonó la tesis de la intencionalidad directa.
Reconoció que la catástrofe fue criminal, pero no étnica.

Si hasta el principal defensor del genocidio recula cuando ve los datos, ¿qué queda del relato?

Queda lo que siempre fue:
una construcción política, no una conclusión histórica.

VI. Conclusión: la política consagró lo que la historia no podía sostener

La secuencia completa es difícil de negar:

1. El relato nace en propaganda (Reich, OUN-B).
2. Se mantiene vivo en la diáspora anticomunista.
3. Los datos reales lo desmienten.
4. La administración Reagan lo consagra políticamente.
5. Conquest, su principal promotor, lo rectifica tras abrirse los archivos.

Nada de esto niega la brutalidad de la hambruna ni la responsabilidad criminal del Estado soviético. Pero sí niega aquello que se añadió después:
la idea de un genocidio étnico deliberado contra los ucranianos.

No fue la historia la que convirtió ese mito marginal en verdad pública.
Fue la geopolítica.

Solo en la era Reagan —no en 1933— el Holodomor se convirtió en lo que hoy se dice que fue.

Epílogo: por qué importa distinguir genocidio de crimen de Estado

Distinguir genocidio de crimen de Estado no es un juego semántico.
El Holocausto se ejecutó con infraestructura de exterminio y un objetivo explícito de aniquilación étnica.
El Holodomor fue resultado de requisiciones brutales, colectivización forzada e indiferencia criminal hacia las consecuencias humanas.

Ambos son crímenes masivos.
Pero confundirlos no aclara la historia: la oscurece.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pasión o sumisión: lo que el fútbol argentino enseña al Atleti

La paradoja trágica de Charlie Kirk